Un informe sitúa a España en los últimos puestos de la OCDE en libertad económica. La presión fiscal, el gasto público desmedido y la baja eficiencia institucional dibujan un panorama en el que el Estado crece mientras la economía real se contrae.
Según el Índice de Libertad Económica 2025, España ocupa el puesto 31 de 38 países de la OCDE. Traducido: jugamos en primera división económica, pero con resultados de equipo en zona de descenso. Las causas son tan evidentes como incómodas: impuestos elevados, deuda descontrolada y un gasto público que ya no cabe en la dieta de la aritmética.
Las compañías españolas resisten como pueden en un terreno minado de trabas regulatorias y presión fiscal. El excedente neto de explotación, ese dato que mide la rentabilidad real, se ha reducido del 28,1 % al 26,5 %. Lo que debería ser beneficio para reinvertir y crecer acaba devorado por la maquinaria recaudatoria.
El mensaje implícito es claro: produzca, innove, arriesgue… pero no olvide que su socio mayoritario se llama Hacienda.
El informe recuerda que más libertad económica suele traducirse en más prosperidad, innovación y bienestar social. En España, en cambio, el bienestar se invoca como un conjuro, mientras los indicadores muestran estancamiento. El Estado engorda, el ciudadano se aprieta el cinturón y la empresa adelgaza hasta la anemia.
Mientras economías como Singapur, Suiza o Irlanda atraen inversión mundial gracias a un marco de libertad económica real, España sigue enredada en la maraña legislativa y el intervencionismo. Aquí no falta talento, ni ideas, ni ganas de crecer: falta un Estado que deje de comportarse como depredador.
El debate no es técnico ni académico: es político y vital. O se apuesta por un modelo donde la libertad económica sea motor de riqueza, o se mantiene un sistema donde el Estado se lleva el pastel y reparte las migajas. Lo que no se puede es seguir predicando bienestar mientras se encadena a quienes lo generan.
En España la libertad económica no se defiende, se tolera a regañadientes. Y así nos va: entre discursos rimbombantes y resultados mediocres.




