Desde Estambul, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ha intensificado su discurso internacional, utilizando el altavoz de la Internacional Socialista para reforzar su posicionamiento frente a la ofensiva israelí en Gaza. Sin embargo, más allá de las palabras, el debate gira en torno a cuánto puede influir realmente su mensaje en una comunidad internacional que se ha mostrado, hasta ahora, poco efectiva ante el conflicto.
En un discurso cargado de indignación, pero también de cálculo político, Sánchez denunció lo que calificó como una «situación inaceptable» en la Franja de Gaza, apelando a una reacción colectiva de los partidos socialdemócratas frente al sufrimiento del pueblo palestino. «La indiferencia no es una opción», afirmó. No obstante, las acciones concretas del Ejecutivo español se mantienen en un terreno diplomático tibio: mientras se prepara una resolución junto a Palestina para exigir el fin del bloqueo, España no ha roto relaciones diplomáticas con Israel ni ha retirado a su embajadora.
Este equilibrio precario entre la denuncia y la cautela refleja las contradicciones de una política exterior que busca liderar un frente progresista global sin confrontar directamente a las grandes potencias. Sánchez no utilizó términos como «genocidio», pero dejó entrever una crítica implícita a la actuación israelí, exigiendo el cese de la operación militar y la apertura total al acceso humanitario.
Por otra parte, el presidente español amplió su intervención para advertir sobre el auge global de la extrema derecha. Aun reconociendo su avance, vaticinó su fracaso, contraponiendo el nacionalismo divisivo a la promesa inclusiva de la democracia. Sin embargo, este llamado a reforzar la democracia suena a consigna reiterada mientras partidos ultraconservadores ganan terreno incluso en Europa occidental. «La democracia es el sistema más inclusivo», sentenció, sin profundizar en cómo hacerla más eficaz ante sus propios desafíos internos.
En un escenario internacional marcado por la inacción y los intereses cruzados, la apuesta de Sánchez parece querer posicionarlo como referente moral del progresismo global. La incógnita es si sus gestos retóricos tendrán algún efecto tangible o si quedarán, una vez más, diluidos entre la retórica humanitaria y la geopolítica realista.