En la narrativa política moderna, hay una tendencia peligrosa que ha ido ganando terreno: el discurso populista que intenta desviar la atención de las verdaderas causas de la desigualdad social. Un ejemplo claro de esta estrategia se refleja en la idea de que “los ricos pagan pocos impuestos y, por ende, los ciudadanos comunes sufren”. Esta afirmación, aunque en parte tiene una base real, se utiliza de manera selectiva y manipuladora por parte de aquellos que ejercen el poder, como recientemente lo hizo Sánchez y su Lamborghini.
A menudo, quienes lo proclaman no lo hacen desde una preocupación genuina por la justicia fiscal, sino más bien como una cortina de humo para enmascarar su propia gestión y privilegiar sus intereses, con un descaro apabullante.
Los políticos viven muy bien. No es un secreto que los sueldos y las ventajas económicas de los cargos públicos en muchos países están bastante por encima de la media y en este reino ni les cuento, los salarios de la clase media bajan y se estancan, los de ellos, los políticos no paran de subir. No sólo hablamos de salarios considerables, sino de dietas, beneficios de jubilación, pensiones vitalicias y otros privilegios que los políticos se otorgan a sí mismos.
Mientras tanto, el grueso de la población sigue enfrentándose a dificultades económicas, con sueldos estancados, un coste de vida creciente y unos servicios públicos deteriorados y cada vez más funcionarios, más subvencionados, más asesores, y más vividores del cuento. Lo paradójico es que, a pesar de esta situación, muchos de esos mismos políticos parecen no estar satisfechos con los beneficios de los que ya disfrutan. Quieren más. Quieren más poder, más influencia y, sobre todo, más dinero. Sin embargo, en lugar de asumir responsabilidad por las decisiones políticas que han contribuido al aumento de las desigualdades sociales, eligen un chivo expiatorio: los ricos.
La narrativa de que “los ricos pagan pocos impuestos” es un recurso clásico del populismo y de una catetura política considerable, o magada en canario. Se aprovecha de la frustración y el descontento de una gran parte de la población para redirigir su ira hacia un objetivo concreto. Se busca generar una dicotomía simplista entre “ricos malos” y “pueblo bueno”, omitiendo la complejidad de la realidad fiscal y económica.
En cualquier caso, al analizar esta postura con detenimiento, surgen varias contradicciones. En primer lugar, ¿quiénes son los “ricos” en este discurso? En muchos casos, la definición de “ricos” varía según la conveniencia política. Para algunos, son las grandes fortunas y las multinacionales. Para otros, pueden ser emprendedores de éxito, empresarios locales o incluso clases medias acomodadas.
La falta de claridad permite una flexibilidad discursiva que resulta útil para avivar el resentimiento social. Lo que no se menciona, por supuesto, es que muchos de estos políticos también pertenecen a la élite económica, disfrutando de privilegios que ellos mismos critican en público y disfrutan en privado.
En segundo lugar, es cierto que algunos ricos utilizan herramientas legales, como la planificación fiscal, para pagar menos impuestos. No obstante, el problema no radica en las personas o las empresas que aprovechan estas ventajas, sino en el sistema fiscal que lo permite, como el nuestro. Un sistema diseñado por los mismos políticos que, en lugar de reformarlo de manera justa y eficiente, optan por mantenerlo intacto mientras culpan a otros de sus defectos. De hecho, muchos de los políticos que critican a los ricos por su supuesta falta de contribución fiscal son los mismos que se benefician de mecanismos legales opacos, desgravaciones fiscales y otros beneficios a los que la mayoría de los ciudadanos no tienen acceso.
Resulta irónico que quienes promueven un discurso de justicia social y fiscal sean, en ocasiones, los primeros en aprovecharse de las lagunas que existen en las normativas que ellos mismos aprueban. Mientras tanto, el ciudadano promedio, aquel que trabaja duro para llegar a fin de mes, sigue creyendo que su situación mejorará si se aumentan los impuestos a los ricos, cual lo real es que te subieran impuestos a ti y a mí.
Pero la realidad es que los problemas estructurales de la economía no se solucionarán únicamente con ajustes fiscales. La corrupción, la mala gestión de los recursos públicos, la falta de inversión en servicios esenciales y la ausencia de políticas a largo plazo para fomentar el crecimiento económico son factores mucho más determinantes en el deterioro de la calidad de vida de los ciudadanos que la supuesta falta de impuestos de los ricos.
Es hora de que la ciudadanía se despierte y vea más allá del discurso simplista y demagógico. La verdadera solución no pasa por enfrentar a los ricos contra los pobres, sino por exigir transparencia, responsabilidad y justicia a quienes ejercen el poder. Los políticos deben ser responsables de su gestión y de las leyes que crean, en lugar de desviar la atención hacia otros actores económicos. Sólo así podremos empezar a corregir las desigualdades reales y construir una sociedad más justa para todos. Y, sobre todo, es hora de que aquellos que gobiernan dejen de buscar más privilegios para sí mismos y empiecen a trabajar realmente por el bien común. ¿O no?
Cuántas verdades Juan. Cuándo despertará la ciudadanía qué cree en los politicuchos de poca monta y poca vergüenza. Comparto