
Hay un tal José Ramón Barrera Hernández, comisionado del Régimen Económico y Fiscal de Canarias, que no sé si trabaja mucho o poco, pero sí que tiene rango de consejero. O sea, que me imagino que podrá asistir a los consejos de Gobierno, que no es que sean una gran cosa, pero que a veces resultan entretenidos, sobre todo cuando Clavijo llega con la mochila, que parece que ha sido fregada con zotal chimbo, fungicida en el que sus antepasados fueron especialistas. Pues este Barrera, el comisionado, me da que se viste en Mariquita la Mora porque lleva atuendo, como pueden ver en la foto, de embajador argelino en Arabia Saudita. Ese chaleco no se lo salta un jockey. Es el responsable del REF en el Consejo de Gobierno, me aclara un colega, pero el pobre tiene una pinta de mago que echa para atrás. Lo saco aquí, más que por sus méritos en el ámbito de la economía, que ignoro aunque se los supongo, por ser el embajador de la moda juvenil, que ahora parece que es moruna y como de zoco argelino de medio pelo. La vestimenta de ellos y de ellas (no sé si habrá también elles) de los miembros del Gobierno de Canarias, no creo que haga fortuna en Loewe, pero la de este comisionado podría figurar como atrezzo de novela policiaca de Bollywood o de telenovela turca, por poner dos ejemplos perfectamente asumibles por el personaje, tanto en la India como en Turquía. En fin, Canarias nunca ha destacado por la elegancia de sus habitantes, que digamos.

Y ahora voy con otra cosa. Alfonso Soriano, ex presidente de la Junta de Canarias, lacosa fundacional de la autonomía, ha sido distinguido como socio de honor por la Real Sociedad Económica de Amigos del País, que preside el cátedro emérito José Gómez Soliño. Ayer recogió la distinción, entre aplausos, y dio su discurso de agradecimiento el bueno de Alfonso –este sí que es un hombre elegante–, que ya tiene algunos años, 88, pero que está como una puncha. Y que ha escrito cosas muy buenas, tanto de política como de la cosa de la nobleza. Gracias a Alfonso y a Juan del Castillo, paz descanse, conozco yo las andanzas del conde de Romanones, ministro de Jornada en la visita de don Alfonso XIII a las islas, en 1906.

Una de ellas es genial. Cuando el barco real, un enorme crucero, fondeó en la rada de La Estaca, en El Hierro, el alcalde de Valverde llevó en brazos a Romanones, que era cojo, hasta la arena –el rey no desembarcó porque había mala mar y no era cosa de arriesgar–. Y, por la hazaña, el ministro de Marina le concedió (a Romanones y no al fornido alcalde local) la Gran Cruz del Mérito Naval. Coñas que tenían los ministros de don Alfonso XIII entre ellos. Romanones alojaba a su querida en el palacete que hoy es sede de la Asociación de la Prensa de Madrid, en la calle Juan Bravo de Madrid. Esta profesión –y por lo que se ve, la nobleza– siempre se han movido entre el fango y el gozo de las querindangas. No tiene nada que ver con ello Alfonso Soriano y Benítez de Lugo, que es hombre muy serio, abogado, escritor y funcionario de alto rango de la Administración del Estado, en su máximo escalafón. Distinción merecida y un abrazo, amigo.