Hay algo profundamente injusto en el modo en que el actual PSOE convierte en marginales a quienes todavía creen en la democracia representativa, en la separación de poderes y, cómo no, en el Estado de Derecho. Una injusticia que no se basa ya en el reparto de sobres ni en comisiones bajo cuerda: la corrupción ha evolucionado. Ahora consiste en secuestrar las instituciones desde dentro.
El artículo 1.1 de la Constitución habla de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político. Parece que Sánchez lo leyó como un menú degustación y es la carta que comen sus ministros, entre ellos el canario Ángel Víctor Torres, que usa la palabra “ultraderecha” para justificar perpetuarse en el poder y así justifica lo que hacen, para que no lleguen los otros. Alternancia cero, de democracia ni hablamos. Para estos, los sanchistas, ¿libertad? Solo para sus socios independentistas. ¿Pluralismo? Apenas el justo para que quede bonito en el argumentario del Consejo de Ministros en las redes y en mítines con la vicepresidenta largando barbaridades para mentes que no saben diferenciar lo que es un gobierno autonómico de un concejal de barrio.
Como en las tragedias griegas, donde el coro pasa del canto al linchamiento, los mismos que hoy aplauden a Pedro Sánchez mañana afilarán las lanzas contra él. El “efecto Rubiales”, así le llamo yo, ya tiene réplica en Moncloa: las palmas de hoy serán las mismas que sostendrán la piedra del castigo cuando caiga en desgracia. Y entonces todos jurarán que nunca fueron amigos suyos, algunos ya eliminaron la foto junto a Sánchez en su avatar del WhatsApp, como los griegos que negaban conocer a Edipo cuando descubrieron su destino. Así es la política de aduladores: un teatro donde los vítores se convierten en cuchillos en cuanto cambia la música.
Y, mientras tanto, los socialistas honestos —que los hay, aunque cada vez menos visibles— se refugian en el susurro, en el “esto no me gusta, pero qué se le va a hacer”. El problema es que lo que “se le va a hacer” ya se está haciendo: se está vaciando el Estado por dentro, se está usando la ley para desactivar la ley, y se están triturando los contrapesos que daban sentido a las instituciones.
Sé de lo que hablo. Llevo años colaborando en medios de comunicación —radio, prensa y televisión— defendiendo que la libertad de expresión no es una concesión del poder, sino un derecho constitucional que protege precisamente la crítica. También publiqué un libro sobre los límites entre el derecho al honor y la libertad de prensa. Lo escribí convencido de que las palabras importan. Hoy, más que nunca, también los silencios.
Porque quienes denunciamos esta deriva no solo debemos soportar la maquinaria propagandística del poder, sino también el linchamiento reputacional de quienes ya no distinguen entre crítica y traición. Se ha llegado al punto de que ejercer la libertad de prensa o la libertad de expresión crítica —incluso desde dentro del PSOE— es una actividad de alto riesgo, por no decir de suicidio político.
¿El derecho al honor? Relegado. Solo se activa cuando el poder se siente ofendido, no cuando se vulnera el de quienes son silenciados o manipulados desde la maquinaria institucional.
Lo preocupante no es que haya periodistas afines —eso es tan viejo como el hilo negro—, sino que se actúe contra quienes no se pliegan. El mensaje es claro: si no estás con nosotros, no es que estés contra nosotros, es que dejas de existir y eres de la ultraderecha. Pregunten a Redondo, a Leguina, González, a Madina a Susana Diaz o a cualquier socialista de los que cargan sentido común, valores y actuaban con datos no con argumentarios de X.
Y no, no se trata de nostalgia. Se trata de respeto. A los valores, a las normas, y, sobre todo, a los ciudadanos y ciudadanas que creen que votar no implica firmar un cheque en blanco para el asalto a los principios y valores donde nos habíamos sustentado, desde el 78.
La dignidad no es una figura decorativa en los manuales de derecho constitucional. Tampoco el honor es una medalla que entrega el Consejo de Ministros los viernes. Y la libertad de prensa no se suspende porque moleste. Si el PSOE aún tiene algo de eso que llaman alma, que lo demuestre. Porque el silencio de los buenos ha sido siempre el caldo de cultivo de los peores.