A finales de los 90 fue emitido, durante al menos tres temporadas, un programa televisivo de tertulia, “El Perenquén”, que significó todo un referente informativo para la época. “El Perenquén” se producía y se emitía en Canal 7 del Atlántico y sus protagonistas éramos Juan-Manuel García Ramos, catedrático de la Universidad de La Laguna y político; Ángel Isidro Guimerá, ex senador del Reino, abogado y profesor de dicha Universidad; Antonio Cubillo, abogado y líder independentista; Justo Fernández, sindicalista y antiguo líder de la UGT de la Banca; y quien esto escribe.
El programa se emitió, ya digo, durante tres temporadas y constituyó todo un éxito de audiencia, en una cadena que ofrecía una televisión distinta, dirigida por Paco Padrón, que también realizaba el programa y a veces cortaba sus contenidos, sin que los contertulios –algunos de los cuales ni siquiera lo veían durante su emisión cuando se producía en falso directo— se enteraran. Las presiones sobre el canal eran muchas y allí no se respetaba ni siquiera a los que ponían el dinero para su funcionamiento. Se hablaba de todo y de todos. Y algo muy curioso: jamás tuvimos un incidente judicial serio por parte de los afectados por nuestras críticas.
Hay anécdotas graciosas de “El Perenquén”. Justo Fernández aparecía siempre cargado de papeles, pero nunca se supo qué decían aquellos folios que él esgrimía como un poseso, con su vehemente verbo. En el canal, algunos cachondos le escondían las muletas a Cubillo, para verlo cabreado, aunque el ambiente de cordialidad era extremo. Cubillo aludía siempre a la independencia de las islas Feroe, al norte de Europa, comparándolas de una manera absurda con las Islas Canarias. El líder del MPAIAC jamás invitó ni a un cortado a sus compañeros de tertulia, que tras grabar o emitir el programa nos íbamos a cenar o al Kiosco Numancia a tomar copas.
La rica heredera
Fue muy curioso el único incidente judicial, aunque no serio, que registró el programa. Ocurrió cuando una rica heredera me agredió en un restaurante de Santa Cruz y me rompió la camisa y me hizo polvo la espalda, a arañazos. La heredera perdió el pleito y con el dinero de la indemnización me compré un reloj. Mostré en el programa la prenda ensangrentada, en medio de una gran expectación. Declaró a mi favor Juan-Manuel García Ramos, que estaba presente, pero no Ángel Isidro Guimerá, que se fue de viaje el día de la vista oral, porque también era amigo de la otra y no quería verse en el compromiso. En el lance se vio implicado un registrador de la propiedad, amigo de la agresora, que me mandó mil recados para que retirara la denuncia, cosa que no hice. Fue mi abogado Edmundo González Hernández, tristemente fallecido, que cuando llamó a declarar a Juan-Manuel se armó un lío con el nombre y lo citó como “el gran profesor González de Ramos”, ante la cara de estupor del juez y del resto de los presentes. Ganamos, como no podía ser de otra forma porque yo era el agredido, y ya digo que me indemnizaron, creo que con 30.000 pesetas. Los camareros del restaurante declararon todos a mi favor.
El motivo de la agresión había sido la noticia –que ofrecimos en el programa– de la muerte violenta del hermano de la rica heredera. Pero ella no la escuchó en directo, sino que se la contaron, y se la contaron tan mal que lo confundió todo. La habíamos ofrecido con el mayor respeto. En fin, es malo hacer caso a terceros.
“El Perenquén” llegó a tener mucha influencia en la sociedad tinerfeña y se prolongó, como he repetido, durante tres temporadas. Paco Padrón daba a unos y a otros noticias falsas de lo que ganábamos para crear suspicacias entre los miembros del equipo, que sin embargo en antena nos comportábamos como unos auténticos profesionales. En realidad, yo cobraba cinco veces más que el resto.
El nombre es de Ángel Isidro
El nombre del programa jamás fue registrado por Paco Padrón, ni por el canal, para ahorrarse las perras. Un día de calentura con Paco, Ángel Isidro Guimerá, que en paz descanse, lo inscribió a su nombre en el Registro de Patentes y Marcas. De vez en cuando, si fallaba algún tertuliano, se le daba entrada al veterano periodista lanzaroteño Agustín Acosta, también fallecido, que hacía juegos malabares con su dentadura postiza, poniéndosela y quitándosela con la punta de la lengua. También han fallecido Justo Fernández y Antonio Cubillo. Los tres supervivientes, más el realizador, nos reunimos, muy de vez en cuando, a comer. Siempre salen a la luz las anécdotas de “El Perenquén”.
Según el director del canal, la selección de los miembros del programa fue “de laboratorio”. Y añade: “Un tertuliano de izquierdas, Justo Fernández; otro de derechas, Ángel Isidro Guimerá; un nacionalista, Juan-Manuel García Ramos; un independentista, Antonio Cubillo; y un ácrata, que podía ir de lado a lado del espectro, que eras tú”, concluye el antiguo director y presidente del canal.
El gran cabreo de ATI llegó cuando, en una ocasión, nos hicimos con una silueta electoral de Manuel Hermoso y la llevamos al estudio. La colocamos junto a los tertulianos, con una tarjeta roja de árbitro en la mano del muñeco y cada vez que algo de ATI no nos gustaba levantábamos la silueta de Hermoso con la tarjeta roja en la mano. El líder de ATI montó en cólera y nos amenazó con los tribunales. Otra vez, yo fui disfrazado de cura, con gran cabreo de Ángel Isidro Guimerá, que sostenía que eso lo prohibía el Código Penal. Yo le decía: “¿Y qué pasa, Ángel, en el entierro de la sardina? ¡Estaría todo Santa Cruz en la cárcel!”.
El programa en el que se habló de los “rabinos” del Carnaval, los que rabeaban a modo en el callejón del Corynto, fue desternillante. Cada cual contaba sus anécdotas de aquellos lances y entonces Cubillo saltó con una anécdota de su amigo y compañero de profesión Martín Tabares, que en una calle de Nueva York agarró a un chino por el cogote y dirigiéndose a los que iban con él, les dijo: “¿Dan ustedes algo para el Domund?”. Se refería a la costumbre católica de aquellas alcancías, con la cara de un chinito, que se sacaban a la calle en el día del Domund, un domingo al año, para recaudar fondos para las misiones.
¿Copias en el rastro?
Cubillo se inventó una vez que copias del programa se estaban vendiendo en el rastro de Santa Cruz. Yo creo que la cosa era absolutamente falsa. Yo no las vi nunca, será porque tampoco acudía mucho al mercadillo santacrucero. Pero fui a buscarlas varias veces y jamás las vi. Una vez le dije a Cubillo, que me regaló una bandera con las siete estrellas verdes, que me pusiera en ella una dedicatoria cariñosa. Insistí: “Cariñosa”. Escribió: “A Andrés Chaves, de Antonio Cubillo”.
A pesar de la virulencia de la actualidad y de lo peliagudo de los asuntos tratados, no se ocultaba nada. Cada vez que Paco Padrón prohibía hablar de algo, se sacaba el tema, adrede. Cuando el programa se emitía en falso directo (grabado unas horas entes), Paco se las arreglaba para suavizarlo algo. Cuando se ofrecía en directo esto era imposible.
Nunca supimos quién financiaba el programa, pero nosotros cobrábamos más o menos puntualmente lo estipulado, ya digo que yo, que era el coordinador de la tertulia, cinco veces más que el resto. Una vez, Juan-Manuel García Ramos descubrió algo y me llamó “hijoputa”. En cierta ocasión nos reunimos en su casa de La Laguna para preparar una diatriba –y no precisamente de amor– contra el director del Diario de Avisos, Leopoldo Cabeza de Vaca, que había puesto a parir a “El Perenquén” en sus páginas. Al tipo, un godo, no le dieron ganas de seguir con la polémica, que en su caso era pura envidia. Lo pusimos como un zapato.
Para mantenerse tres años en antena un programa local, sin presupuesto apenas y con esa intensidad, tenía que despertar mucho interés. Sobrevivimos desde 1996 a 1999. Las copias del programa, los masters, han desaparecido, si acaso se conservan algunos de ellos en el archivo del canal, si es que existe. Yo he intentado hacerme con la colección, pero me ha sido imposible. Pero todavía lo recuerda la gente. Hay personas que me paran por la calle para recordarme “El Perenquén”. Aquella fue como la inauguración oficial de las tertulias en las televisiones españolas; la idea partió de Paco Padrón y el estudio era de lo más elemental. Una admiradora me regaló un pin de plata, encargado por ella a una joyería, con el logo del programa, pin que conservo y que estimo incluso más que el famoso chicharro de Andrés Miranda Hernández.
La foto que acompaña a estas líneas puede considerarse como histórica. Un día posamos para la posteridad y yo agarré una ducha que estaba tirada en el desván del Canal 7, en la calle Numancia, y la coloqué encima de la cabeza de Antonio Cubillo, sin que éste se diera cuenta en el momento. Cuando Cubillo vio la foto se cagó en mi madre, pero la teníamos todos expuestas en nuestras casas.
“Paco, ¿qué pasa?”
¿Por qué dejó de emitirse “El Perenquén”? Por cansancio nuestro y por falta de financiación. Uno de los empresarios dueños de Canal 7, Ambrosio Jiménez, llegó a decir que si se emitía un programa más “esconchaba el canal”. Luego no pasaba nada. Se trataba de un espacio demasiado guerrero para esta sociedad pacata y tradicional, pero no era, ni mucho menos, un programa de humor, sino serio, eso sí con pinceladas de humor y una gran ironía. Los debates entre Guimerá y Cubillo llegaron a ser épicos. Cubillo no pagó un cortado ni cuando el Gobierno lo indemnizó con 25 millones de pesetas de entonces como víctima del terrorismo de Estado, gracias a las gestiones de Eligio Hernández, amigo, abogado, magistrado y fiscal general. Se calló la boca, se metió el dinero en la talega y no dijo ni mu. Cuando le decíamos algo, contestaba: “A mí no me han dado nada”.
Fue una época interesante, llena de cosas que contar, no como ahora. Un programa audaz, que no se perdía nadie y que se emitía en prime-time, sobre las diez de la noche, me parece que los jueves. Algunos espontáneos iban al canal a verlo en directo, otros nos esperaban por fuera del estudio para darnos información, otros iban directamente a visitarnos al Kiosco Numancia. Algunas veces acabábamos tan cabreados unos con otros que cada uno se iba a su casa, sin ganas de más tertulias. Cuando el canal se retrasaba en el pago, la pregunta era siempre la misma: “Paco, ¿qué pasa?”. Entonces, Paco Padrón ya sabía que aquello era una especie de ultimátum. Y entonces pagaba.