La verdad, no recuerdo el año, pero pudo ser sobre 1982. Se había declarado un incendio pavoroso en los montes de Tenerife y una compañera, Ana de Juan, y yo, quisimos ver y fotografiar los efectos del fuego, muy de cerca. Yo tenía entonces un pequeño y coqueto “Sunbeam” rojo, muy rápido, pero no preparado para caminos forestales.
Nos metimos en la zona del incendio, pero no veíamos el fuego. Sentíamos el olor a pino quemado, pero ni humo, ni llamas, ni nada. Confiados, decidimos echarnos en aquel precioso prado a comernos unos bocadillos y beber unas cervezas.
De pronto, en un solo minuto, nos vimos rodeados por unas llamaradas impresionantes. Subimos al coche y busqué la salida afanosamente. No quería mirar para el fuego y le dije a mi compañera que tampoco lo hiciera, sino que dirigiera su vista hacia adelante.
Estábamos solos, en una especie de círculo sin vegetación, en un prado que en circunstancias habituales tenía que ser bellísimo. Yo escuchaba el crepitar de las llamas que se comían los pinos e iban a muestro encuentro. Ganaría el que corriera más.
El pequeño coche se comportó como un jabato: enfilé un camino forestal que aún no estaba afectado y cien metros más adelante, a toda velocidad, me encontré en iguales circunstancias a una unidad móvil de Radio Club Tenerife, que nos pedía consejo para salir. Yo le dije a mis compañeros: “Síganme”, pero les juro que no tenía ni idea de cómo salir de aquel infierno que nos alcanzaba, poco a poco.
Cuando estábamos rodeados por el fuego y sólo quedaba una pequeña vía de escape apareció Mari Nieves conduciendo un jeep que abastecía a los voluntarios que intentaban apagar el fuego en la zona. “¡Están locos!”, gritó, “¡se van a achicharrar!”. Ella se puso al frente de aquella pequeña caravana y nos sacó de allí, hasta la carretera general, ya libres de peligro.
Reventé tres neumáticos del coche en mi huida hacia la libertad. Nunca más supe de Mari Nieves –ella misma me gritó su nombre cuando se despedía—hasta hace algunos años. Un anónimo me reveló su identidad, la llamé y nos citamos en un bar para hablar de aquello.
“Muchas veces he estado tentada de decirte que era yo”, me dijo, “pero, ¿para qué?; aquello pasó y pasó, no creo haber tenido mucho mérito”.
No, mucho no, sólo el justo para salvarnos la vida. Hoy Ana de Juan vive en Argentina, es novelista y estuvo casada con Rafa Wollmann, el fotógrafo que captó la rendición británica en Las Malvinas, con los soldados de la guarnición británica manos en alto, apuntados por los soldados argentinos. Tienen dos hijos, Marina y Martín.
Y yo sigo aquí, escribiendo de lo que veo. Ah, Mari Nieves ha sido Premio Canarias por su contribución al conocimiento de nuestra forma de vida. No son los cruces del fuego, son los cruces de la vida. Y aquel fue el día en que vivimos peligrosamente.