
Donald J. Trump acababa de comprar el hotel Plaza. Y yo estaba en Nueva York, alojado en ese hotel, como hacía casi siempre. Era los tiempos en que atábamos los perros con longaniza. Para gastarle una broma a una amiga, usamos la puerta giratoria del hotel, tan antigua como el establecimiento, y paré la rotación de la entrada y la dejé atrapada en uno de los paneles. Al mismo tiempo intentaba entrar Donald Trump, seguido de dos guardaespaldas que eran como dos armarios, enormes. Trump empujó la puerta, pero yo la tenía trabada. En esos tiempos ni él ni yo soñábamos con que un día fuera a convertirse en presidente de los Estados Unidos. La puerta no giraba y los guardaespaldas me miraron con un gesto de complicidad y una sonrisa. Aflojé enseguida y todos entramos en el hotel. Trump yo creo que ni se enteró, pero mi amiga Fátima me gritó: “¡Idiota! Era Donald Trump”. “Ya lo sé”, le contesté. “Es amigo mío”. La otra ocasión en que me tropecé con Trump fue en su edificio de la Quinta Avenida, la Trump Tower, donde yo iba a desayunar todos los días. Al elegante café de la planta baja, a ras de calle. Tiene una pared de mármol con una elegante cascada, muy ligera, continua. Y una tienda de Cartier en cuyo escaparate hay una carta a Cartier de una reina de España.

No recuerdo si era de la regente Cristina de Borbón, esposa que fue de Fernando VII, creo que sí. Pero no lo aseguro, no tomé nota. Allí entraba Trump, como un brazo de mar, seguido de un escolta, se dio una vuelta por el café, no pidió nada sino que regresó a los ascensores dorados del edificio para acceder directamente a su impresionante apartamento, creo que situado en la última planta de la Trump Tower. Eran mis andanzas neoyorquinas, donde otra vez saludé a Claudia Schiffer, junto a la plateada puerta de Tiffany&Co., también en la Quinta Avenida, muy cerca del otro edificio. Estaba rodando un spot en la calle, le estaban poniendo un poquito de maquillaje y tuve la caradura de darle la mano –ella me correspondió— y de hacerle una foto, que he publicado mil veces pero que se me ha perdido. Debe andar por Internet. Bueno, regreso a Tenerife.

Ayer se celebró un acto en el Teatro Guimerá, en el que el alcalde de Santa Cruz, José Manuel Bermúdez, y la concejala de Recursos Humanos, entregaron sus diplomas de funcionarios de carrera a un grupo numeroso de nuevos técnicos del Ayuntamiento de Santa Cruz. Fue un acto breve, sencillo y bonito. La Administración se profesionaliza con personas mayoritariamente muy jóvenes que darán nuevos bríos a la Administración Local.

Sigo con otro tema. Me envían un cartel, muy logrado, de un homenaje que le van a tributar a Blas Cabrera Felipe, nuestro físico español más prestigioso (1878, Lanzarote-1945, Ciudad de México). Fue candidato al premio Nobel y ahora se ha grabado un documental sobre su vida que será presentado en el teatro Leal de La Laguna, el martes, 11 de febrero, a las siete de la tarde. El cartel es muy bonito, espero que el documental responda a las expectativas. Seguro que sí. Y finalizo hoy con el primer meme que me ha llegado tras la toma de posesión de Trump. La Estatua de la Libertad hace las maletas.

Y pregunto yo, ¿no será al revés? No nos unamos a la corriente sanchista y de Napoleonchu (el ministro de Exteriores, Albares). Ha dicho Trump que hoy comienza una nueva era. ¿Cómo tendrán el culito los progres de Hollywood después de que Trump ha dicho que en los Estados Unidos, a partir de hoy, habrá sólo dos sexos, el masculino y el femenino? Ay, mi madre. La industria del cine en estado de alerta. Por cierto, ni una alusión a Europa en el discurso. Ya hablo de ello en El Volantín Trepador.