El Tribunal Supremo le recuerda a García Ortiz que no es el cuñado del Rey Sol, que ese título lo ostenta Sánchez. Otro revolcón judicial para García Ortiz. Pero eso a él no le importa, pues le queda el Tribunal Constitucional y ahí es pan comido. Esta semana pasada la Sala de Apelaciones del Tribunal Supremo ha despachado de un plumazo los lloriqueos procesales de la Fiscalía y la Abogacía del Estado contra el registro de su despacho. Los magistrados decidieron, por unanimidad, que no hay bula para la Fiscalía y para que la haya tienen que ir al Constitucional, que si se investiga la revelación de secretos, se investiga con todas las consecuencias y punto. Y si hay que requisar móviles, se requisan. Que la Fiscalía no es un cortijo privado ni García Ortiz es el cuñado de Luis XIV, por mucho que se aferre a la idea de que el Ministerio Público goza de inmunidad. El Tribunal le ha recordado que la ley es para todos, incluso para los que se creen dueños del tablero. La pataleta de Ortiz sigue. Y se buscará, en lo que digo, el Constitucional que él también tiene derecho de pernada sobre la Justicia.
“Esto es un allanamiento”, lloriquea el fiscal general. La UCO de la Guardia Civil se pasó once horas revolviendo en la sede de la Fiscalía General del Estado, requisando ordenadores, móviles y otros dispositivos electrónicos. Agentes armados con autos judiciales bien fundados y firmados. Y García Ortiz se rasgaba las vestiduras y clamaba al cielo: “¡Un allanamiento insólito en Europa!”. Como si en París o Berlín los fiscales tuvieran derecho a esconder la basura bajo la alfombra. Aunque todo es posible.
Lo que encontraron en los dispositivos del fiscal general es que entre el 7 y el 14 de marzo, los días claves en la filtración de información sobre el novio de Ayuso, en su móvil había «cero mensajes». ¿Casualidad? ¿Un repentino ataque de purismo digital? ¿Un exorcismo informático? No, simple y llanamente, destrucción de pruebas. La realidad en crudo. Y mientras el fiscal general sigue con su enésimo intento de salir indemne, el alto tribunal le ha dejado claro que su oficina no es un castillo inexpugnable, sino un despacho más, donde las reglas del juego son las mismas que para el resto de la ciudadanía, por ahora.
Sus abogados – la Fiscalía y los del Estado- siguen alegando que el registro vulneró derechos fundamentales, que si la intimidad, que si la seguridad del Estado, que si el interés nacional, aunque el Tribunal Supremo lo aclara: la investigación era necesaria, los indicios sobraban y no hay zonas vedadas para la Justicia.
Lo que viene después es fácil de adivinar: seguirán los recursos, las excusas y las maniobras dilatorias. Pero si algo ha quedado claro con esta resolución es que el tiempo de la impunidad se está acabando. Y la Justicia es como un río, siempre encuentra el mar. Y por mucho que algunos sigan intentando tapar el sol con un dedo, la realidad, siempre encuentra el camino para abrirse paso.
Y parece que también se está abriendo paso –la Justicia, digo– con ese que hace un año nos deleitó con el “…no tengo ni secretaría”. Si ese exministro que con cara de estreñido dice: “Señoría, me han plantado un chalet en Perú”. Y es que el culebrón de Ábalos ya está al nivel de los grandes escándalos, pero de esos que Sánchez hace como si no pasara nada, de los que hacen que si te escondes detrás de una cortina no te ven. Y que no pasa nada con mascarillas sospechosamente caras, pisos para «señoritas» y un chalet en Perú que ni él (Ábalos) sabe cómo acabó a su nombre.
El Tribunal Supremo, ha vetado a Ábalos la salida del país, le ha requisado el pasaporte y le obligado a comparecer el uno y quince de cada mes, una comparecencia “apud acta” que se llama, y que la puede hacer en Torremolinos o en Cangas de Narcea, pero no en Perú.
El magistrado Leopoldo Puente ha decidido que estas medidas son necesarias porque el caso tiene una “gravedad particular”. Y, claro, no es para menos cuando en el menú que compone la causa tenemos contratos públicos, comisiones, Koldo (ese asesor con pinta de secundario en “Los Soprano”) y, por supuesto, la guinda del pastel: apartamentos presuntamente utilizados para actividades que podríamos etiquetar como de “ocio y relax”.
Ábalos, como buen actor, se ha presentado a declarar con su traje azul y cara de “a mí que me registren”. Ha asegurado que ni ha visto un euro indebido ni ha visitado esos pisos del barrio de Salamanca en los que, según dicen, se organizaban encuentros con “señoritas”. “¡Inverosímil!” (dice él). Más o menos como la excusa del “chalet en Perú que en realidad es de una fundación pero que está a mi nombre porque, bueno, cosas que pasan”.
Por supuesto, no podía faltar el episodio de Barajas con Delcy Rodríguez, la vicepresidenta venezolana sancionada por la UE. Ábalos se presentó en el aeropuerto para, una charla informal y el exministro jura que no recuerda con quién estuvo en aquel episodio, porque al parecer su memoria es selectiva y solo archiva datos inútiles, como los nombres de los pasajeros del AVE Valencia-Madrid.
El colofón ha sido la queja de Ábalos sobre las filtraciones a la prensa. Dice que le molesta que se aireen detalles de su vida privada, lo que el juez ha recibido con la paciencia de un profesor de primaria lidiando con un niño que se queja de la tarea “Pero si usted da entrevistas”, le ha soltado Puente, en una de esas frases que resumen lo absurdo del asunto. Porque, seamos sinceros, si te quejas de que los medios te destrozan, pero luego sales en prime time a dar tu versión, ¿a qué estás jugando?
Y en mi triunvirato de ideas de los lunes no puedo hoy dejar de mencionar las políticas de la Yoli, cómo se prepara con su bisturí social, para eliminar –entre otros– al pequeño comercio y hacernos cada vez más dependientes.
Los pequeños comercios de barrio llevan años peleando contra las grandes superficies, el comercio on line y la sempiterna manía de Hacienda de tratarles como capos de la camorra. Recuerden: empresario, criminal; trabajador, víctima. A duras penas logra mantenerse en pie, pero ahí sigue, vendiendo y abierto al público. Y entonces, entra en escena la Yoli, bisturí en mano, pero con el estilo de un barbero medieval. Mira con entusiasmo al pequeño comercio. Y, sin anestesia, le mete una subida del salario mínimo, otra más, como si el dinero le brotara de un maná al empresario, al autónomo o al minorista. Pruébenlo, háganse autónomos o empresarios –es lo mismo–, a ver si desde ese momento brota el dinero por obra y gracia del espíritu sindical. Que a esos no les falta; y gambas, menos.
El problema, dicen los de la Confederación Española de Comercio, es que mientras el salario mínimo ha subido, la facturación de estos negocios ha menguado de una forma brutal. Pero, claro, es que Sánchez nos quiere más pobres y más dependientes de su Estado y así hay más cierres. Ahora las pymes tienen que pagar sueldos de multinacional con ingresos de mercadillo. Un detalle que, por lo visto, a la ministra se le pasó por alto entre mitin y mitin. A ver si alguno se da cuenta de que estaba ahí.
Pero no nos pongamos dramáticos. Seguro que esos pequeños empresarios tienen margen para aguantar un poco más. Al fin y al cabo, ¿qué son unas cuantas subidas más del SMI? Si el panadero no puede pagar a sus empleados, que se busque un segundo empleo. ¿Qué la ventita de barrio no puede asumir los costes? Que se convierta en una sucursal de Amazon.
Y, mientras tanto, la patronal avisa: “Señores, esto no es sostenible. Se están cargando el empleo”. Pero en Moncloa miran a sus colegas del sindicato: “¡Que viva la lucha obrera!”. Y que no falten pescadores de gambas.
Lo curioso del asunto, me cuenta un carnicero, es que hay sectores en los que se han logrado acuerdos sin que el Gobierno meta la cuchara. Suben los sueldos y reducen la jornada, pero con diálogo entre patronal y sindicatos. Un milagro. O, simplemente, la prueba de que cuando no hay un Gobierno jugando a ser Robin Hood con dinero ajeno, se pueden hacer las cosas de otra manera. Pero, bueno, tampoco nos pongamos quisquillosos. Quizá el plan maestro sea acabar con el comercio minorista para que todos vivamos de paguitas y subsidios.
Así que ya saben, amigos comerciantes. Si su negocio está agonizando, no se preocupen. Es solo la evolución natural de un país donde el Gobierno de Sánchez es más listo que el mercado y donde el pequeño comercio no es más que un vestigio del pasado, como los duelos a pistola, la educación, la propiedad y la honradez fiscal.
Podría seguir escribiendo, de los inkiokupas, de Monedero y de un beso, pero esto se haría muy largo y ustedes no llegarían al final, si es que han llegado hoy. Mil gracias, queridos lectores.