La última cumbre celebrada en París sobre la guerra en Ucrania ha dejado más preguntas que respuestas. En un contexto donde los esfuerzos internacionales por frenar el conflicto parecen agotarse, Estados Unidos lanza una advertencia que suena más a ultimátum que a incentivo para la paz: si no hay avances tangibles en los próximos días, se retirarán de las negociaciones. Así lo expresó Marco Rubio, actual secretario de Estado bajo la administración Trump, en una declaración que ha dejado fríos incluso a sus aliados europeos.
Rubio, antes de abandonar Francia, insistió en que Donald Trump «tiene otras prioridades» y que el tiempo para Ucrania se agota. Esta postura, respaldada por una conversación paralela entre Rubio y el canciller ruso, Serguéi Lavrov, ha generado inquietud entre los diplomáticos occidentales, que perciben una peligrosa ambigüedad en la actitud estadounidense: mientras dice buscar la paz, Washington vota junto a Rusia, Corea del Norte y Bielorrusia contra una resolución de la ONU que condena la invasión rusa.
El presidente francés, Emmanuel Macron, ha señalado el cinismo de Moscú, que respondió a los gestos diplomáticos con nuevos ataques, como el bombardeo de la ciudad de Sumy, que ha dejado decenas de civiles muertos. Mientras tanto, Ucrania, aún abierta a la propuesta de un alto el fuego incondicional, se ve atrapada entre una ofensiva renovada y un socio estratégico cuya voluntad de respaldo parece cada vez más condicionada a intereses económicos, como la explotación de minerales raros.
Entre bastidores, se filtran los términos de la oferta estadounidense: congelar el conflicto, reconocer la ocupación rusa de ciertos territorios y frenar cualquier aspiración ucraniana de integrarse en la OTAN. Todo ello, a cambio de una supuesta estabilidad que ni siquiera Moscú parece interesada en garantizar.
La semana próxima, las conversaciones continuarán en Londres, centradas en hipotéticas garantías de seguridad que, de momento, solo existen en el papel. Pero si algo ha quedado claro en París, es que la administración Trump está dispuesta a abandonar la mesa sin mirar atrás, mientras Ucrania sigue pagando el precio de una guerra que ya no protagoniza los titulares, pero que sigue desangrando a Europa.
El problema de fondo no es solo la retirada potencial de Estados Unidos, sino el mensaje que ello envía: que los intereses geopolíticos y electorales pesan más que los compromisos internacionales. Un abandono de las conversaciones no sería solo un fracaso diplomático, sino una renuncia tácita a cualquier intento serio de contener la agresión rusa. Y eso, en última instancia, redefine lo que entendemos por liderazgo global.