Mientras la Península Ibérica volvía al siglo XIX, la número 3 de Red Eléctrica, responsable de gestionar crisis como esta, se encontraba –me han dicho– de vacaciones. La red de favores sigue más viva que nunca. Como en Telefónica, que con olfato de cazatalentos y obediencia debida, ha fichado al hijo pequeño del presidente del Constitucional, Conde-Pumpido, según leo. Mientras tanto, Red Eléctrica rechaza admitir si esto ha sido un ciberataque o una torpeza monumental. ¿La razón? Pues es muy simple. La cuento: si aceptan que fue un fallo, el Estado tendría que hacerse responsable e indemnizar. Si ponen que la causa es “fuerza mayor”, pues la cosa se mitiga y la responsabilidad es de otros.
La Audiencia Nacional, por su parte, investiga de oficio –esto sí que es una novedad– si las cinco muertes durante el apagón son consecuencia directa del desastre eléctrico. En paralelo, expertos alertan de que habrá más cortes y denuncian un sistema tan frágil como la memoria de algunos en las comisiones del Congreso de los Diputados, que no sirven para nada.
Parece que todo falla, hasta los que le hacen los eslóganes al PP, que colocan a Canarias como Hawai o algo así. Chiquitos talentos. Y así es todo. Todo falla, menos el enchufismo. Aunque nos quedemos sin electricidad, el sistema de colocación sigue funcionando con energía. Quizás, solo quizás, ha llegado el momento de exigir que los puestos directivos en empresas públicas se asignen por mérito y capacidad, ¿no? Mérito y capacidad, ¿qué es eso?
En una semana hemos pasado de saber todo el mundo de papas y cónclaves a ser expertos en energía. El cuñadismo patrio es así. Lo cierto es que el modelo energético se resume en la consigna de renovables, sí o sí, pase lo que pase y se apague lo que se apague. Y se apagó. Literalmente, la Península, el resto no. Que se enteren el PP y muchos de los cronistas de telediarios patrios, que hablan de apagón en todo el país; que no, no fue en todo el país. Incultos. Que Canarias es España y aquí esta vez no se fue la luz. El reciente gran apagón ha sido explicado por expertos, que son los que saben – yo no me entero–, con una claridad meridiana. De lo que yo me enteré es de que se apostó por lo verde sin haber hecho antes los deberes con las infraestructuras.
En cualquier caso, hay quienes piensan y defienden que el gran apagón del 28 de abril fue un capricho meteorológico, una travesura técnica o un mal día en la oficina de Red Eléctrica. Estos son los votantes del sistema, se descubren muy fácilmente. La culpa y los responsables son otros. Se tragan sin pestañear que lo de las renovables es gratis, limpio y siempre eficiente. Aunque la realidad, es otra, pues cuando se politiza hasta el voltio se acaban con los plomos fundidos y más cosas. Pero da igual.
El modelo energético impulsado por el PSOE con entusiasmo cuasi religioso y por el PP, con esa cobardía que le caracteriza cuando hay que enfrentarse a los dogmas de moda, ha dado por ahora este resultado. Y los telediarios se rellenan con cursos de supervivencia. Cómo involucionamos. En cualquier caso, los partidos mencionados, ambos dos, apostaron por las renovables como si fueran estampitas milagrosas: solares y eólicas por decreto, sin red de seguridad, sin respaldo técnico y sin asumir que, en este mundo, hasta el sol se pone y el viento deja de soplar. Aunque, si eso ocurre, Bolaños dirá que es culpa de la ultraderecha.
El resultado ha sido una red frágil, intermitente y vulnerable. Y es lo que pasa cuando la ideología verde se impone a la física y a la ingeniería. Y cuando se colocan en los puestos de gestión a amiguetes o amiguetas en vez de a gente que sabe que venden humo en forma de panel solar y molinos de viento. Nos contaron que no había riesgos, solo ventajas. Y cuando alguien osaba preguntar por los costes, se le despachaba como negacionista; o lo de siempre, de ultraderechista.
Y ahí está la joya de la corona: Red Eléctrica (ahora Redeia, porque los acrónimos maquillan los desastres). Se nos quiere hacer creer que falló una empresa “privada”. Falso. Su accionista de control es la SEPI, es decir, el Estado. Y su presidenta, una socialista con carné y currículo ministerial: Beatriz Corredor, que sustituyó a otro socialista, Jordi Sevilla, y este, a su vez, a otro enchufado del PP. Una cadena de favores, no de personas competentes. ¿El resultado? Una institución que avisó por escrito de que el sistema era frágil, pero ella no dijo ni pío. Porque no está ahí para decir la verdad, sino para encubrir al poder que la nombró.
La pregunta no es cómo pasó. Es cómo no había pasado antes. Y aún más grave: cómo algunos tienen la poca vergüenza de proponer que nacionalizar completamente el sistema eléctrico sería la solución. Sí, claro. Como si el problema fuera que hay poca politización e intervencionismo y no que ya estamos hasta el disyuntor de enchufados políticos, jugando a SimCity con el suministro eléctrico.
España no necesita más ideología en la red eléctrica. Necesita ingeniería, responsabilidad y gente competente. Porque el 28 de abril no se fue la luz. Se fue el sentido común. Y con él, aparecieron un montón de enchufes; conectados, pero sin luz.