Conté en mis memorias que una vez entrevisté en el hotel Mencey a don Camilo José Cela. Fue mucho antes de que le concedieran el Nobel. Don Camilo se alojaba allí con su mujer, Rosario Conde, una señora muy mal encarada y muy sumisa. Lo de mal encarada le vendría de aguantar tantos años a don Camilo José, que era muy suyo. El autor de “La Familia de Pascual Duarte” escribía con estilográfica, pero no la cargaba –porque no sabía hacerlo— sino que mojaba el plumín en el tintero. En un momento dado, la pluma dejó de funcionar y don Camilo José le pidió otra a su mujer, quien, o no lo escuchó o no le hizo ni caso, para joderlo. Desesperado por la tardanza, el escritor le lanzó la pluma averiada a Rosario, que la esquivó hábilmente y el proyectil se quedó clavado en una pared de la habitación. Estuve anoche recordando unas declaraciones de Cela a la televisión: “Yo soy un pedorro”, decía, “pero un pedorro doméstico; es decir, que me tiro los pedos en casa y no por ahí, porque entonces me convertiría en un pedorro itinerante”. Don Camilo empezó tres carreras, pero no sé si acabó alguna: Derecho, Filosofía y Medicina. En las mismas o en otras declaraciones se lamentaba de que “en Galicia ya no apedreamos a los forasteros, como hacíamos antes”. Hablando de la famosa paja del cipote de Archidona, en un cine de esa localidad, don Camilo definió aquel suceso como “la epopeya de la raza”. Y no le faltaba razón, porque el desahogo del maromo empajillado alcanzó a espectadores del cine que estaban muy lejos de la escena del meneo, en un cipotazo que marcó toda una época. Aquel suceso fue narrado con una gracia insuperable por el gran escritor, tan aficionado a la escatología.
viernes, octubre 11, 2024
