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lunes, 23 junio,2025

Del Estado de Derecho al Estado de la impunidad

En diciembre de 1976 se celebró en España el referéndum para aprobar la Ley para la Reforma Política. Comenzábamos la Transición, con Suarez al frente y con ellos convivimos hasta que llegó Zapatero. Hoy nos damos cuenta de que España ha sufrido una reforma política encubierta. España ha mutado. Como lobezno. Como la marabunta, en esa película del 54 donde Charlton Heston es el que se encarga de poner el pie en la pared.  Esta marabunta como cualquier virus listo avanza sin hacer ruido, pero cuando te das cuenta ya está por todas partes y nadie ni nada pone el pie en la pared.

El Estado de Derecho, la separación de poderes, la neutralidad institucional. Todo eso sigue ahí, como en las placas conmemorativas: no sirve para nada, pero queda bonito.

Esto no empezó ayer. Ni siquiera con  Sánchez, aunque él le haya dado al proceso velocidad de cohete ruso. La infección viene de lejos. Pudo comenzar en ese año de 1985, cuando el Gobierno de  Felipe González reformó la Ley Orgánica del Poder Judicial para que los jueces ya no eligieran a los jueces. A partir de ahí, el CGPJ pasó a ser una tertulia parlamentaria donde los partidos eligen a los suyos como si repartieran concejalías. Lo llamaron democracia, pero era otra cosa: un consejo de administración con toga.

Ahí se rompió algo. Aunque a mi particularmente esa reforma revolucionaria me agradó. Salían muchos jueces franquistas y del franquismo y eso era bueno. Pero con el paso del tiempo la palabra Constitución empezó a sonar como una canción de Los Secretos: todo el mundo la conoce, pero nadie se la toma en serio. Y lo peor no fue romperla, sino acostumbrarse a que no pasara nada.

Lo que vino después fue un remake castizo del modelo soviético: mantener las formas y vaciar el contenido. Las instituciones siguen ahí, sí, pero ya no hacen lo que deben. Como un salón reconvertido en trastero por okupas: aún hay sofás, pero huelen raro. Pero son de okupas y hay que respetarlos. No, al propietario no. Hoy es el delincuente.

Pero la politización judicial fue solo el principio. El periodismo, los organismos reguladores, el Tribunal de Cuentas, todo ha ido cayendo, uno a uno, como fichas de dominó y ya queda poco. Y, mientras tanto, el pueblo –como lo llamábamos– hoy en día  ha aprendido a convivir con el escándalo como quien se acostumbra a las colas de la TF5: molesta, pero ya no sorprende. Te aguantas y sigues. A ver hasta dónde.

Conviene recordar que cuando llegó Zapatero, el relato sustituyó a los hechos. La política se convirtió en una pelea de bandos con banda sonora de El Intermedio. Memoria Histórica, Estatut, ingeniería social en prime time… Fue el momento en que el BOE empezó a parecerse más a una tesis de Ciencias Políticas que a una herramienta de gobierno. Qué locura de BOE.

Después llegó Rajoy, que pudo deshacer mucho y decidió no hacer nada. Gobernó como quien alquila un piso con humedades: pintando por encima, esperando que no se note. Dejó intacto el aparato clientelar y, encima, presumió de centrismo posmoderno. En pleno 155 se le escapó Cataluña entre las manos como si fuera agua. O urnas de plástico, que para el caso, ¿no?

Y luego llegó  Sánchez, al que quieren hacer culpable y responsable de todo y por todo, y lo hizo con su manual de resistencia bajo el brazo y la caja de herramientas de Leroy Merlin en la otra. En apenas unos pocos años ha hecho más reformas que el propietario de una vivienda turística. Indultos, rebajas penales, colonización de tribunales, fiscalías domesticadas. Todo por el bien del país, claro. Especialmente del suyo. El nuestro le importa un pepino.

Amnistía para los golpistas, blanqueo de la sedición, indultos encubiertos y peloteo judicial con nombres y apellidos. Todo muy institucional. Todo muy “Estado de Derecho”, pero con asterisco. La separación de poderes ahora es más bien una relación abierta: se ven, se escriben, se reparten cargo y, si eso, ya luego se juzgan.

Y el PP, mientras tanto, esperando a que el PSOE se autodestruya. Con las cosillas que van saliendo. Como si esto fuera un partido de la Champions y la estrategia ganadora fuera no moverse, quedarse como un palo y mirar encarado al contrario. Si la política española fuera una serie, el papel del PP sería el del figurante que aparece en todos los episodios, pero nunca tiene líneas. Solo mira. O, en su defecto, consiente. A este paso acabarán como la mujer de Lot: convertidos en estatuas de sal por mirar atrás cuando lo que ardía era el presente. Muy bonito y precioso todo.

En este nuevo régimen de apariencia democrática se ha instaurado un pluralismo que excluye todo lo que moleste. A mí me quedará poco. Hay temas sobre los que no se puede opinar sin riesgo de excomunión: la inmigración irregular, por ejemplo, ha pasado de problema a tabú. Mencionarla con sentido común ya es motivo de sospecha. Y el que se atreve, será señalado. No por mentir, sino por no dudar en estigmatizarte como ultraderechista como poco.

Y de la transición energética, ¿qué decir? Hemos cambiado el carbón por la culpa, el gas por la bandera verde y la seguridad de suministro por el apagón con perspectiva de género. Ya no importa tener luz, basta con tener conciencia ecológica. Aunque sea a oscuras. Eso sí: somos los más sostenibles del cementerio.

Y, para finalizar, el último escándalo ya no escandaliza. Los presuntos negocios de la familia presidencial apenas provocan ya un bostezo. No porque no sean graves, sino porque el escándalo se ha convertido en parte del sistema. Si el Estado fuera una empresa, el departamento de compliance estaría en un ERTE eterno. Sin conexión a internet. Sin mesa. Y probablemente sin silla.

Y si alguien pensaba que el voto aún era sagrado, que repase los últimos ensayos generales: compra de sufragios, manipulaciones sospechosas, mecanismos que erosionan lo único que nos queda de legitimidad democrática. Al final no importará lo que votes, sino quién cuente los votos. Como en Venezuela.

Y todo esto en un Estado elefantiásico: más impuestos, menos servicios, crece como una masa amorfa: regula más, cobra más, prohíbe más y funciona peor. Cada año se recauda cifras récords mientras se hunden los servicios públicos, desaparecen los servicios y la sanidad se convierte en una entelequia. Los fondos europeos, ese maná prometido, se pierden entre consultoras de Power Point y chiringuitos con logo inclusivo.

El pueblo español, que aún cree, está para servirle y descubre que la cosa va al revés: nosotros somos los siervos del Estado. Pagamos, callamos, aplaudimos o bailamos con Melody el sábado, como en aquel gran apagón con coreografía ministerial incluida.

Bueno, bueno y si han llegado hasta aquí leyendo, estarán conmigo en que España aún tiene elecciones, partidos y Parlamento. Pero la democracia ya no es un sistema de gobierno: es una escenografía. Una ficción con urnas, discursos y banderas, donde el guion lo escriben los mismos que desmontan el decorado cuando se apagan las cámaras.

La ley se supedita al relato, la neutralidad institucional es un meme y la regeneración política una palabra prohibida en las tertulias.

O reconstruimos desde los cimientos o queda muy poco para que despertemos y descubramos que la democracia desapareció hace tiempo. Al menos es lo que yo pienso. Y no fue un golpe, fue un desgaste. Lento, calculado, impune. Y todos fuimos cómplices: unos por acción, otros por omisión y los más, por hartazgo.

Juan Inurria
Juan Inurria
Abogado. CEO en Grupo Inurria. Funcionario de carrera de la Administración de Justicia en excedencia. Ha desarrollado actividad política y sindical. Asesor y colaborador en diversos medios de comunicación. Asesor de la Federación Mundial de Periodistas de Turismo. Participa en la formación de futuros abogados. Escritor.

2 COMENTARIOS

  1. Y sin embargo, amigo Inurria, a pesar de los malos vientos que soplan, de la tempestad que nos está cayendo y del panorama desolador que amenaza gravemente nuestro país, creo firmemente que aún es posible revertir la situación, intentando por todos los medios luchar por una ESPAÑA fraternal, laboriosa y trabajadora, sin bandos políticos en constante guerra, sin preponderancias parlamentarias ni asambleas irresponsables, luchar en definitiva, por una ESPAÑA fuerte, unida y con liderazgo . . . . con una con consigna real y posible:

    TRABAJO CONVIVENCIA Y PAZ

    UN ABRAZO

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