Aquel horrible crimen de los alemanes, en Santa Cruz
Uno de los sucesos más dramáticos que me tocó cubrir, en mis primeros años de profesión, fue el llamado crimen de los alemanes. El padre y el hijo varón de una familia mataron a la esposa y madre y a la hija y hermana. Les arrancaron sus corazones, en medio de horribles torturas. Otra hermana escapó del ritual porque servía en una casa de alemanes en el Puerto de la Cruz. Los protagonistas, teutones, fueron condenados a pasar un montón de años en un sanatorio, hasta su curación, si ésta fuera posible. Creo que parte de la condena la cumplieron en Tenerife y luego los trasladaron a Alemania. Ignoro si viven o no y qué fue de ellos. También ignoro el paradero de la hija superviviente.
Recuerdo que el escenario del crimen era terrible. Y que Raúl del Pozo, hoy uno de los columnistas de referencia de este país, vino a cubrir la noticia como enviado especial del diario Pueblo, que entonces dirigía Emilio Romero. Yo había hecho prácticas en Pueblo y conocía a algunos periodistas de su plantilla. Y ayudé a Raúl en su reportaje. Cubrí el suceso para el periódico La Tarde, en donde había empezado a trabajar hacía menos de un año. Esto debió ocurrir en 1971. Menuda papeleta.
El abogado defensor de los alemanes, del padre y del hijo, fue José Luis Gómez, ya fallecido. José Luis era maestro nacional, estudió la carrera de Derecho muy tarde, pero era inteligente y fue un gran penalista. A la altura de los mejores del país. Ganó mucho dinero con la abogacía, trabajando muchísimo, creó un despacho al que luego se incorporó mi compañero de universidad y amigo, José Domingo Gómez, y que ahora lleva la viuda de éste, Clara, y las hijas de ambos. A José Luis le gustaba mucho lucirse en los foros y fuera de ellos. Por eso se compró un Rolls-Royce, algo desde luego inédito para la profesión de abogado. Curioso: años más tarde yo también adquirí un viejo Rolls-Royce, algo también absolutamente inédito en España para un miembro de la profesión de periodista, y más con tan pocos años. En Rolls Royce, con choferesa negra, recorrió me parece que La Alcarria, o quizá el Pirineo de Lérida, Camilo José Cela.
La brutalidad de aquel crimen me impresionó. Ocurrió en un piso de la calle Jesús Nazareno de Santa Cruz y los detalles quizá deba obviarlos, aunque se publicaron en su día. Las víctimas sufrieron horribles mutilaciones y los asesinos se comieron sus corazones. La habilidad en la defensa de José Luis Gómez consiguió que el tribunal –presidido por el fallecido y sabio magistrado Fiestas Contreras— apreciara la locura de los asesinos, que mantuvieron durante el juicio una actitud extraña: tenían caras de locos realmente y esta es una apreciación que no podría explicar.
Fueron condenados, como he dicho, a permanecer de por vida –o hasta que se curaran— en un sanatorio siquiátrico. La sala estaba llena de abogados, policías, miembros del cuerpo diplomático alemán, periodistas. La Audiencia Provincial tenía su sede en el viejo edificio de la Plaza de San Francisco y varios periodistas alemanes solicitaron asistir a la vista. En las hemerotecas estarán mis crónicas del relato de los hechos y de elogios al abogado José Luis Gómez, de quien me hice gran amigo. Era un hombre, como digo, muy inteligente, que preparó una estrategia perfecta para que sus defendidos fueran declarados enajenados mentales. Porque de no haber sido así, la condena hubiera sido mucho más grave.
En aquella época, con menos o nada de política que contar, el ejercicio del periodismo me parecía más entretenido y emocionante. Ahora sólo se habla de política, de los catalanes y de los idiotas de sus dirigentes políticos, que van haciendo el ridículo por el mundo. Antes había verdadero periodismo, anécdotas, curiosidades, relatos de los avances de la ciencia, lirismo, costumbrismo. A mí me gusta eso y no hablar todo el día de Puigdemont y de Pedro Sánchez, por ejemplo, y ustedes perdonen.
La anécdota de Galván con Botín
José Miguel Galván Bello fue, en dos etapas, un gran presidente del Cabildo de Tenerife. Era ingeniero y, por su porte y elegancia, lo llamaban Lord Chasna (procedía del sur de la isla tinerfeña). Yo lo apreciaba mucho y soy amigo personal de su hijo, Quico Galván de Urzaiz, que recientemente nos dio un susto, pero que ya está recuperado.
Una vez, para hablar de no sé qué, le visitó en su despacho Emilio Botín, el viejo, a la sazón presidente del Santander. Sin duda, de la buena vida, el viejo Botín padecía de gota y le dolía mucho una pierna. Durante la conversación con José Miguel Galván hacía gestos de dolor hasta que no pudo más y subió la pierna, poniéndola sobre un recién tapizado sillón del salón de visitas del Cabildo.
José Miguel lo miró, lo volvió a mirar. Llamó a un ujier y le dijo: “Traiga del cuarto de baño una banqueta para que don Emilio ponga la pierna en ella, porque va a estropear el sillón”. El ujier cumplió con el encargo y el banquero apartó la pata, hinchada por la gota, del sillón y la colocó en el taburete blanco procedente del cuarto de baño del presidente del Cabildo.
José Miguel era un tío fantástico, con un gran sentido del humor. Una vez se encontró, en el aeropuerto del Sur, con el socialista palmero Juan Alberto Martín, a la sazón vicepresidente del Gobierno con Saavedra, si no recuerdo mal. Le preguntó: “¿A dónde vas, Juan Alberto?”. Éste le contestó: “A La Palma, José Miguel”. A lo que el viejo chasnero le respondió: “De donde nunca debiste haber salido”.
Gabriel Elorriaga, gobernador civil
En su primera etapa como presidente del Cabildo, antes de la muerte de Franco –luego lo fue también, ya en democracia, con la UCD—, a Galván se lo cargó del cargo de presidente del Cabildo tinerfeño un gobernador civil joven, Gabriel Elorriaga Fernández, que no era franquista, curiosamente.
Lo digo porque en el libro de Francisco “Pacón” Franco Salgado-Araujo, “Mis conversaciones privadas con Franco” (Planeta) se da cuenta de una detención de personas contrarias al régimen en 1956 y en esa redada aparece Gabriel Elorriaga Fernández. Tuvo un hijo en el PP, del mismo nombre, Gabriel Elorriaga Pisarik. Y una hija, Beatriz, también militante del PP.
Era Elorriaga Fernández un verdadero demócrata, amigo de Fraga, que fundó un partido reformista y que fue detenido con Ridruejo, Pradera, Mújica, Tamames, Sánchez-Ferlosio y otros, tras las revueltas estudiantiles de 1956 que pedían la apertura democrática; luego fue rehabilitado por el régimen franquista (que lo nombró gobernador de Santa Cruz de Tenerife) y más tarde, ya en democracia, elegido diputado y senador de AP y PP por Castellón. Ocupó cargos relevantes en las dos cámaras y era una persona afable. Había ejercido como abogado y profesor de periodismo. Recuerdo que su esposa, era una mujer muy guapa y agradable. Me parece que se llamaba, o se llama, Coro.
A Elorriaga, que es autor de libros muy importante sobre política y humanidades, lo llamaba la gente “El Chocolate”, porque entonces estaba de moda una marca de chocolate llamada “Elgorriaga”. No se llevaba bien con Galván Bello y propuso su destitución. Y se montó una muy gorda, con manifestaciones en la calle, muy concurridas, a las puertas del Gobierno Civil. Toda una desobediencia en plena época de la dictadura.
El Gobierno envió al ministro de la Gobernación, Tomás Garicano Goñi, que era jurídico militar, a investigar estos hechos, disfrazada la visita de otra de cortesía. Recuerdo que viajamos a La Palma en un avión militar, un DC-6 muy bonito, el ministro, el capitán general y el gobernador y una serie de periodistas, entre ellos yo. Me senté en el sillón de detrás de los que ocupaban el ministro y el gobernador y escuché toda la conversación. Era el año 1971. “Lo tengo que destituir”, le dijo el ministro Garicano al gobernador. Y lo hizo semanas después.
Yo, en aquellas claves periodísticas de la época, anticipé como pude la noticia. Entonces no se podía hablar demasiado claro. Su enfrentamiento con Galván le había salido caro. Los dos se fueron a la calle. También el médico de Cáceres y poncio, Juan Pablos Abril, destituyó anteriormente a Isidoro Luz Cárpenter del mismo cargo de presidente del Cabildo Insular, para el que había sido nombrado a propuesta de su amigo el también poncio Manuel Ballesteros Gaibrois, a cuya hija Clara conocí bastante.
En el mismo libro del teniente general Franco Salgado-Araujo, que era primo hermano y ayudante del generalísimo, se cuenta que Franco le había confesado: “De dónde sacará Camilo (Alonso Vega) estos gobernadores civiles”. Lo decía porque Ballesteros, siendo gobernador de Santa Cruz de Tenerife, se dedicaba a impartir conferencias (era catedrático de Historia de América) y a cobrarlas. Yo asistí a alguna de ellas. En fin, lo decía el propio Franco. Precisamente, el ministro Garicano Goñi, que era auditor general del Ejército del Aire, sustituyó a Camilo Alonso Vega; y a Garicano, Arias Navarro, que luego sería presidente del Gobierno con Franco y, brevemente, con el rey Juan Carlos. Fue él quien anunció, entre sollozos, la muerte de Franco y quien dijo aquello de que el régimen no estaba en almoneda (era notario).
En fin, puede que estos recuerdos fallen un poco porque ya saben que no consulto notas que no tengo y tampoco me entran ganas de acudir a las hemerotecas, porque lo que quiero es descansar y que no me den mucho la lata. Si hay algún dato equivocado, que no creo, me lo dicen y lo corrijo cuando venga al caso. Pero yo escribo sobre lo que vi. Espero que la memoria no me juegue malas pasadas.