Las manifestaciones no sirven para nada cuando no llevan consigo el deseo irrefrenable de cambio de una sociedad. Ninguna de las dos celebradas en Madrid, la de la protesta contra el Gobierno de Sánchez, con 25.000 personas presentes, y la organizada por el Gobierno de Sánchez, con 10.000, son representaciones sociales válidas. Las cifras son ridículas, absolutamente. Y, además, las manifestaciones en la calle han pasado de moda. Fíjense que las más numerosas eran siempre las del 1 de Mayo y este año no pasaron de 3.000 los que salieron a las calles de Madrid, la mayoría de ellos y de ellas, comegambas; o sea, sindicalistas. El país pasa de todo, lo da todo por perdido. Tenemos a un tiparraco que gobierna sin haber ganado jamás unas elecciones y a un partido que le apoya que se dedica al enchufe alevoso y a mantener en sus filas a presuntos delincuentes, como son los personajes de la trama de Koldo, Aldama y Ábalos, de la del Tito Berni, de la del hermanito de Sánchez, de la de Begoña, su amante esposa, y de toda la tropa. El PP no es distinto, porque ahí estaban Bárcenas y su cuadrilla, el extorsionador fiscal Montoro y el ejército de Pancho Villa de la derecha, que también manda huevos. Por eso concluyo que España necesita una regeneración total, de la izquierda y de la derecha. De la izquierda porque sus escándalos han convertido este país en el más corrupto de Europa. De la derecha por su incapacidad para gobernar y por haber permitido la corrupción en otros tiempos, el chantaje de Cataluña y el país de pandereta que tenemos. Nadie parece estar limpio, nadie parece ser digno de administrar España. Es una pena que hayamos caído tan bajo y también que tengamos un presidente con pinta de portero de discoteca, con una mujer implicada supuestamente en casos de corrupción muy graves e investigada por ello por un juez y un hermano tres cuartos de lo mismo. No van a salir de rositas por más que tengan a su lado al amigo presidente del Constitucional y a su mayoría izquierdista, que los puede indultar si salen condenados. El TC no es un tribunal de instancia, pero lo han convertido así a conveniencia y esto es impresentable en una democracia, porque va en contra de uno de sus pilares básicos cual es el respeto a las instituciones del Estado y a los propios ciudadanos, que merecen tutela constitucional por parte de un organismo judicial imparcial, que preserve los derechos y deberes de todos los españoles, dentro de la separación de poderes que Montesquieu definió con maestría. Sin injerencias posibles.
miércoles, 25 junio,2025