La crispación que existe en Cataluña es sólo una pantalla, es un rechazo a España por fuera. Intramuros, en las casas, se ama a España. Los catalanes estamos hartos de la crispación, no hemos sabido entender cómo se pueden llegar a conseguir metas no esperpénticas, por el camino de la lógica y no con el chantaje permanente. Nos hemos dejado seducir por lo políticamente correcto, que en el fondo no lo es.
En una España plural no puede faltar Cataluña, que es mucho más Europa que España, lo ha sido siempre, pero ha administrado mal su patrimonio económico y su patrimonio cultural e histórico. No digamos su patrimonio político.
El clima de crispación independentista es falso. Cuando el torpe de Rajoy mandó a la niñata Soraya a resolver el llamado “problema catalán”, los que verdaderamente ganaron la guerra fueron los antisistema, convenientemente azuzados, y posiblemente pagados, por instituciones untadas generosamente con dinero oficial para “promocionar” Cataluña.
Los antisistema van donde hay alboroto, les encanta romper cosas, quemar contenedores y tirarles cócteles molotov a los policías. Para nada. Ellos saben que no van a conseguir objetivos, porque tampoco tienen objetivos concretos, pero disfrutan sembrando un caos absurdo.
Los independentistas catalanes saben también que Cataluña jamás será independiente. Por lo menos mientras España tenga un mínimo de sensatez y una Constitución. Lo que pasa es que han dado con un trilero en Moncloa que lo vende todo, que con tal de seguir en el poder cede a los catalanes tonterías que casi nunca cumple, a cambio del plato de lentejas de unos votos, que por cierto ya no representan a los catalanes.
Estoy deseando que lleguen las próximas elecciones. Los datos que se conocen prevén un vuelco a la derecha, que para nada es bueno. Pero es lo que se han buscado los Rufianes, Puigdemones y demás familia. Creen que Cataluña es suya y están equivocados: Cataluña es de España. O, en todo caso, Cataluña es de todos los catalanes y cada vez los independentistas parecen tener menos peso. Que Cataluña se encuentre dirigida desde un pueblo de Bélgica por un prófugo de la justicia es otra incongruencia más del sistema secesionista. Y muy español.
Seamos consecuentes con la historia. No creamos en los pajaritos preñados del chantaje ocasional, que durará más bien poco. Y abramos Cataluña al mundo, con la bandera española junto a la señera. La estelada está bien para los museos y para los partidos de fútbol, que ahí cabe todo.