Entrar en el hotel “Faena”, un viejo galpón transformado en hotel por el arquitecto Faena y el decorador Stark, es averiguar la quintaesencia de la arquitectura. Cualquier cosa puede ser bella si es bien tratada. Buenos Aires, siempre lo digo, tiene mucho de París, mucho de Londres, mucho de todas partes. Pasear por Corrientes, de noche, es una delicia: las librerías están abiertas, las primeras ediciones están esperando en las librerías de viejo. Las tiendas llevan años vendiendo lo mismo, productos exclusivos que jamás pasan de moda y que no se consiguen en ninguna otra parte del mundo. Nunca duerme Buenos Aires.
El Barrio Norte sigue siendo un espectáculo y el cementerio de La Recoleta, más que un camposanto, es un conjunto monumental, con las blancas y frías estatuas que miran a ninguna parte. Cuando empieza el verano y en Europa es invierno, Buenos Aires saca la alegría a las calles. Los niños mendigos te roban lo que pueden; hay payasos sudorosos que hacen piruetas ante los viandantes.
Los parques de Buenos Aires son inmensos; y en La Costanera, que cantaba Leonardo Favio, los restaurantes de mariscos se alinean, viendo pasar a los bonaerenses que se ponen en forma corriendo junto a la marisma. Los pijos llevan ropa de “La Martina” o de “Etiqueta Negra”, que compran en las tiendas de la marca o en el “Patio Bullrich”, a un tiro de piedra del “Palacio Duhau”, de la Nunciatura, del hotel “Alvear”.
Pero mis rincones favoritos son las tiendas de antigüedades del barrio de San Telmo: desde un soldadito de plomo a una figura esculpida en un fósforo, a un libro erótico del siglo XIX, a una pluma estilográfica de colección. Hay una tienda que sólo vende “Parker”. Qué decir de máquinas registradoras del XIX y de todo tipo de máquinas de escribir. Compré en mi último viaje unas transparencias eróticas bellísimas, que se proyectaban en la pared a través de viejos artilugios. San Telmo es un paraíso. Una vez adquirí allí las obras completas de Emilio Zola, en francés, encuadernadas en piel, pintadas con acuarela y sin abrir. Una colección nueva completamente, por 1.000 dólares. Una maravilla. Y otra vez me ofrecieron un manuscrito de García Márquez, pero me cogió el librero desplumado. Cuando regresé a la tienda, porque me remordía la conciencia de dejarlo allí, ya lo había vendido. Lo lamenté mucho.
Yo fui editor de “El Gráfico” en España. Es una revista mítica. Se publicaron diez números y luego lo cerré porque justo empezó la crisis económica y la revista era inviable. Qué pena. Ya no volveré a Buenos Aires porque me he prometido no viajar lejos. Pero allí viví unas épocas preciosas, allí presenté un libro (la biografía de don Víctor Zurita), allí me ennovié (en realidad, me ennoviaba siempre) y allí comprobé lo que era Argentina, la calidad de sus ciudades, la belleza de la arquitectura de Buenos Aires, el calor de la gente. Porque los argentinos son otra cosa allá que cuando salen. Nada que ver.
Buenos Aires siempre estará en mi corazón. Encontré primeras ediciones de obras de Azorín en las librerías de viejo más surtidas que conozco. El suburbano es de película; mejor, de madera. Las nuevas construcciones en Puerto Madero son un referente de la arquitectura moderna. Las pulperías, que en Venezuela le dicen a los almacenes de cosas viejas donde se vende de todo, los hoteles transitorios, lo que en Cataluña se denominan mueblés, nidos del amor furtivo y rápido, referente de los polvos de gallo.
En San Telmo me compré varios “Rolex” Marconi. Hay un árabe que vende modelos de “Rolex” históricos. Puedes regatear. Los domingos, aquello es el delirio. Miles de personas acuden a los tinglados de la plaza y a las tiendas de antigüedades. Cuando compré las obras completas de Emilio Zola tuve que buscar un baúl resistente. El librero me lo llevó al hotel lleno de libros. Y en la compañía aérea hube de pagar un suplemento especial de equipajes raros. Pero llegaron a Tenerife desde la Plaza Dorrego.
Y los tangos, qué maravilla. Hay varios locales de exhibición. No sé si cerraron “El Viejo Almacén” y la “Casa Rosada”. Eran lugares muy hermosos. En la Casa Rosada de verdad, el palacio del Gobierno, hay una actividad frenética. Y en la residencia presidencial de Olivos, de regreso de El Tigre, todo es silencio y paz. Allí charlará Milei con sus acólitos. Digo yo. Ahí fue muchas veces el ex juez Garzón, íntimo de aquella señora presidenta.
Siempre está presente Gardel, en todos los recuerdos, en las miniaturas, en los carteles. Desde el Aeroparque Jorge Newberry, un aeropuerto urbano en La Costanera, puedes viajar, en un rato, a Montevideo, a Asunción, a las ciudades de Argentina cercanas a la frontera con Brasil y Paraguay, a Iguazú. Antes, la ciudad fronteriza con Paraguay se llamaba Puerto Stroessner. Un nido de contrabandistas y de traficantes. En la parte brasileña se encuentra Foz de Iguazú. Si cruzas un puente llamado de la Amistad estás en un lado o en otro. Dicen que Argentina pone la platea y Brasil el agua en las cascadas de Iguazú, más que nada en la Garganta del Diablo. Un paisaje maravilloso.
Me alejé de Buenos Aires sin darme cuenta, ustedes perdonen. De regreso a la gran ciudad, una cena al aire libre en el “Palacio Duhau”. Otra maravilla. Una bellísima relaciones públicas me ilustra sobre los restaurantes exclusivos de la ciudad. No me da tiempo de escuchar el concierto de Serrat, que es un ídolo en Argentina, fundamentalmente en Mar del Plata; otra vez será. “Otra vez será”, decía Leonardo Favio, actor, director, cantante de mis noches de juventud. Aquel de “Fuiste mía un verano”. Pues eso, que ustedes lo pasen bien.