Antonio Alarcó ha tomado, en Lanzarote, el testigo del batería de Los Beatles, Ringo Starr. Todo el mundo sabe que Antonio, que habla en plural mayestático como el papa, o sea que habla ex catedra, es un consumado batería, aunque también le da al teclado electrónico y hace falsetes, como los Bee Gees. En Lanzarote, como no tiene alrededor vecinos que le protesten, como ocurre en La Laguna, hace peligrar la cosecha de la uva cuando se pone a tocar la batería. Pero, miren, por lo menos ha tenido el detalle de acordarse de mi 77 cumpleaños. Se fue a Madrid y me compró un reloj Swatch Blacpain, modelo Océano, que me ha enviado por mensajería y me llegó justo en el momento en que estaba soplando las velas del cumpleaños. Son los detalles que tiene Antonio, que es el tipo menos agarrado que conozco y no como el letrado Juan Inurria, que se gasta menos que un espejo. Aunque los Inurria se estiraron en mi cumple y me regalaron, durante el almuerzo celebrado ad hoc, prendas de Fred Perry, compradas en New London, o sea auténticas, no del top manta. La verdad, lo agradezco mucho, aunque mi regalo preferido es el canzoncillo boxer (El Corte Inglés), con bragueta de botones, de Hugo Boss. Sin bragueta no, por razones obvias de dificultad para encontrar lo que uno tiene que encontrar, y más con el añadido de la edad.
Bueno, cambio radicalmente de tema para decirles que después de 108 años cierra la dulcería La Catedral, en La Laguna. Calle de La Carrera, esquina con la de San Juan. Su especialidad eran los rosquetes laguneros y los pasteles de batata y cabello de ángel. Perteneció durante generaciones a la misma familia y cierra porque sus propietarios están cansados y las nuevas generaciones ya se sabe que a veces no son capaces de sostener las tradiciones. No ocurre en la Laguna como en Inglaterra, que una platería puede seguir abierta desde hace 300 años, con la misma familia. La cosa de los dulces no ha ido a menos, porque la dulcería era una mina de oro, pero ya se sabe que hay momentos en los que hay que parar, mirar para otro lado y echar el cierre.
Pues sí, el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz –no “de” Puerto de la Cruz, analfabetos— tiene nuevo alcalde en la persona de Leopoldo Afonso. Su hermano, Lope, vicepresidente del Cabildo de Tenerife, se ha tomado una foto con el nuevo alcalde en el salón de plenos portuense, foto que me han enviado y que yo reproduzco gustosamente en esta sección salpicada de cosas cotidianas. Los dos hermanos son excelentes personas. Conocí a su abuelo, don Lope. Su padre, el gran Lopito, era amigo mío desde el colegio y su familia es muy querida y respetada en el Puerto, sobre todo por buenas personas. Como lo era su pariente, el gran Paco Afonso, querido alcalde y gobernador, compañero mío de colegio y gran amigo, que murió en el incendio de La Gomera de 1976, si no recuerdo mal el año. Buenísima gente de mi pueblo a la que quiero y respeto y por eso lo digo aquí. Por hoy, nada más, a ver qué tal lo hacen los nuevos munícipes portuenses. No me he encontrado a David Hernández –el concejal de Asamblea Ciudadana Portuense guarda su coche en el mismo garaje que yo y lo veo con frecuencia— para discutir la cosa. Ni falta que nos hace, ¿no, David?