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Pakistán atraviesa una de las peores tragedias humanitarias de los últimos años. En apenas 48 horas, las lluvias torrenciales del monzón han causado la muerte de al menos 344 personas, lo que eleva a 657 el número de fallecidos desde que comenzó la temporada a finales de junio. Las autoridades han confirmado que la provincia de Khyber Pakhtunkhwa es la más golpeada, con más de la mitad de las víctimas, mientras que otras regiones como Punyab, Sindh y Baluchistán también han sufrido graves pérdidas humanas y materiales.
Las precipitaciones han desbordado ríos, arrasado carreteras y viviendas, y provocado derrumbes en zonas montañosas donde pueblos enteros han quedado sepultados bajo el lodo. El distrito de Buner se ha convertido en un símbolo de la devastación, con decenas de cadáveres recuperados y comunidades que han perdido prácticamente todo en cuestión de minutos. En Cachemira, bajo administración india, también se han registrado muertos y heridos, lo que amplía la dimensión regional de la catástrofe.
La Autoridad Nacional de Gestión de Desastres de Pakistán coordina las labores de rescate con apoyo de militares y voluntarios, aunque el acceso a muchas zonas permanece bloqueado por la destrucción de infraestructuras. Se han levantado campamentos de emergencia para acoger a los miles de desplazados, mientras las previsiones meteorológicas anticipan nuevas lluvias en los próximos días, un factor que amenaza con agravar todavía más la situación.
El gobierno paquistaní ha solicitado ayuda internacional y varias organizaciones humanitarias ya trabajan sobre el terreno. Cada temporada, el país se enfrenta a un ciclo de destrucción que golpea con especial dureza a las comunidades rurales más vulnerables.
Pakistán encara ahora semanas críticas en las que la prioridad pasa por salvar vidas, restablecer comunicaciones y garantizar alimentos y refugio a los damnificados. Sin embargo, la magnitud del desastre confirma que el desafío va mucho más allá de la respuesta inmediata: exige inversión en infraestructuras resistentes y sistemas de alerta temprana que puedan mitigar el impacto de unas lluvias que, lejos de ser un fenómeno extraordinario, se están convirtiendo en una amenaza recurrente para millones de personas.