Ya era hora de que prohibieran esa cochinada de que la gente le besara los pies al Cristo de La Laguna, un beso sobre otro, y no me extraña tampoco que algunos cogieran una mononucleosis, que es lo que suele pasar cuando uno le da un beso a alguien que transmite la enfermedad. Así que me parece muy bien la nueva norma que establece que al Cristo de La Laguna –mis penas le conté yo— ni se le besan los pies, ni nada, ni se le toca, que ya tuvo que ser restaurado y que no fue poco lo que costó su restauración. Es la manía de los católicos de tocarlo todo. Pasa con San Pedro, cuya estatua principal se encuentra en la basílica de su mismo nombre, en Roma. A la gente le ha dado, durante siglos, por tocar la pata asandaliada del discípulo y ya no existe ni sandalia, ni ñame, y aquello es un muñón que da pena. Coño, ¿es que no se puede mirar al santo sin tocarlo? Yo una vez abracé al apóstol Santiago y no sentí absolutamente nada, como no sentí nada cuando estuve en el sitio exacto donde dicen que nació Jesucristo. Primero, porque no soy creyente y, segundo, porque probablemente fuera mentira que Cristo, si existió, naciera en aquel preciso lugar, en Belén o a uno o dos kilómetros de distancia. Ya dijo el papa Benedicto que quitaran el burro y la vaca de los belenes. ¿Por qué? Déjenlos quietos. Peor son los catalanes, que ponen a un tipo cagando al lado del portal. ¿Y la capa de ozono? Los catalanes, en general, muy limpios no parecen. Digo en general, no se me vayan ahora a sublevar ustedes. Es que, además, el toque sobre otro toque puede dejarte en el dedo una enfermedad milenaria relacionada con los hebreos, que no se bañaban nunca, ni se lavaban las manos después de agarrarse cualquier cosa y ustedes me entienden el qué. Los hebreos eran unos jediondos, como todos los pueblos primitivos y, toque sobre toque, eso va creando un poso de cochinada sobre la reliquia que te puede costar un disgusto. Así que al Cristo de La Laguna no se le besa y ya está.
Es como el mago aquel que vendía aguacates y se cabreó un día porque todo el mundo los tocaba y se los aplastaba. Puso un coco al lado de la cesta de aguacates y una leyenda: “Los aguacates están maduros, si quiere tocar algo apriete el coco”. Pues no sé de quién fue la idea de que no se tocara ni besara al Cristo, pero yo, como esclavo que soy, aunque no sea creyente (me “esclavizó” Domingo de Laguna, Dios lo tenga en su gloria), me alegro mucho de que hayan librado a la imagen de tanto toqueteo, que acabó deteriorándola. O también puede que la solución sea la del mago: poner un coco al lado de los pies del Cristo y una leyenda que diga: “Los pies del Cristo han costado una fortuna; si quiere tocar algo, apriete el coco, que está bendecido por el obispo Bernardo”. Y ya está, así se acaba el cachondeo del toquecito y el beso. Pero, claro, la española cuando besa es que besa de verdad. Mañana les cuento más cosas.