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De repente, José Luis Ábalos descubrió que su abogado no le gustaba. Como si fuera un coche de alquiler que chirría en la cuesta de enero, decidió devolverlo justo a 48 horas de declarar ante el Supremo. Qué casualidad más poco casual.
El Tribunal, que no suele tener paciencia ni el sentido del humor, le ha respondido con un elegante: “No, amigo, aquí no hay renuncia que valga”. El Tribunal Supremo ha visto la jugada como lo que es: un intento de ganar tiempo. Porque si hay algo más viejo que las togas, son las tácticas dilatorias disfrazadas de drama jurídico.
La estrategia es de manual, y se suele usar con cierto porcentaje de éxitos. Así se suspende la vista, se gana oxígeno y, de paso, se alimenta el relato del pobre perseguido. El problema es que esta vez no coló.
El magistrado instructor Leopoldo Puente ha advertido que el derecho de defensa no es un salvoconducto para el escapismo procesal. Y ha decidido que Ábalos declare con el abogado que intentó jubilar a golpe de renuncia de última hora. La vistilla posterior servirá para decidir si el exministro viaja a casa o a un alojamiento menos voluntario. Uff….¿le hará compañía a Cerdán?
Este episodio huele a manual de “política en apuros”. Renunciar al abogado en el último minuto es como fingir esguince cuando te pitan penalti en el descuento. El teatro de la victimización ya no engaña a nadie. O al menos no al Supremo, que ha afinado la puntería jurídica.
El caso “Koldo” no es una anécdota: es el espejo de un país donde la frontera entre poder y privilegio ha sido pisoteada tantas veces que ya no se distingue. Y Ábalos, que un día paseaba alfombras rojas en los pasillos de un ministerio, hoy juega con tácticas procesales de supervivencia.
La gran pregunta no es si declarará mañana , sino si entenderá que, por una vez, el Estado no es su chófer. Que aquí no hay puertas giratorias que valgan, ni renuncias que borren responsabilidades.
Y si mañana la vistilla acaba con medidas más duras, que no diga que no se le avisó: en esta partida, la toga no se cambia como un traje de temporada.
Y el poder judicial, el único que por ahora funciona.