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sábado, 8 noviembre,2025

El empresario como artista

La Economía Creativa de Howard Roark: Ayn Rand como Crítica al Homo Economicus en la Teoría Económica

Hay hombres que construyen por encargo, y hay hombres que construyen porque no podrían vivir sin hacerlo.

Howard Roark, protagonista de la novela de Ayn Rand, El Manantial, pertenece a los segundos. No busca aprobación, ni gloria, ni fortuna, solo la perfección de su obra. Cada línea de sus edificios es un acto de afirmación, una declaración de independencia frente a un mundo que ha olvidado el valor de crear por convicción. En una sociedad donde el éxito se mide por la aceptación, Roark representa el escándalo que genera la integridad.

Durante décadas, la economía dominante ha reducido al individuo a una figura descolorida, ignorando la realidad de la acción humana, arrebatando la individualidad, la pasión, la curiosidad y generando una marioneta racional que sólo calcula y optimiza: el homo economicus. Un hombre que nunca se equivoca porque nunca se atreve.

El homo economicus es una representación teórica de un ser humano que actúa de manera racional y lógica, con el objetivo de maximizar su beneficio cuantificablemente o utilidad personal en todas sus decisiones económicas. En este modelo, se asume que el individuo tiene la capacidad de tomar decisiones informadas, es decir, conoce todas las opciones disponibles, los costos, los beneficios y las consecuencias de cada elección que enfrenta.

Este concepto se utiliza principalmente en las ciencias económicas para simplificar el comportamiento humano, pues parte de la idea de que los individuos buscan la opción que les ofrece el mayor retorno, sin verse influenciados por emociones, hábitos o consideraciones sociales. Es como si el homo economicus fuera un calculador perfecto que elige lo más rentable o ventajoso de acuerdo con sus propios intereses monetarios.

Pero, como recuerda Jesús Huerta de Soto, esa visión mecanicista ignora el corazón de la acción humana: la creatividad, la incertidumbre, el descubrimiento. La visión de Roark, en cambio, puede entenderse a través de las enseñanzas de la Escuela Austriaca de Economía, que rechaza la visión determinista del homo economicus. Autores como Ludwig von Mises y Friedrich Hayek han enfatizado que la verdadera acción económica se basa en el individuo, que no se limita a adaptarse a un mercado preexistente, sino que participa en la creación de valor. Mientras que las corrientes económicas más tradicionales buscan la optimización de un sistema dado, la economía austriaca, y Roark como su figura literaria, nos enseñan que la economía es un proceso dinámico y vivo, en el que el individuo crea valor al arriesgar y explorar lo desconocido, algo que el homo economicus jamás sería capaz de hacer.

Roark, crea el mundo que aún no existe. Es el empresario-artista que convierte el caos en orden, que descubre valor donde antes no había nada. Su trabajo no es especular con el presente, sino imaginar el futuro. No se adapta a la demanda: la inventa. En ese sentido, Rand capta de forma literaria lo que la Escuela Austriaca sostiene en términos analíticos: la economía es un proceso vivo, protagonizado por hombres que arriesgan su identidad en cada creación.

El empresario roarkiano no negocia con la mediocridad. Sabe que toda concesión moral es una rendición económica. Por eso se enfrenta a los que viven del favor político, a los que triunfan por subvención o por moda. Su virtud no es el egoísmo banal del que busca lucro, sino la independencia del que produce sin pedir permiso.

Y, paradójicamente, es esa clase de individuo la que más beneficia a los demás, porque crea valor real, no reputación.

El mensaje de El manantial no es una fábula literaria, sino una advertencia económica: una sociedad que premia la obediencia sobre la excelencia terminará construyendo ruinas decoradas. Cuando el creador se somete a la aprobación pública, el mercado degenera en espectáculo y la innovación se convierte en simulacro. Roark lo entiende y actúa con pureza a lo largo de toda la obra: prefiere destruir su obra antes que verla corrompida.

El espíritu que mueve a Howard Roark es el mismo que impulsó a Nikola Tesla, Steve Jobs o los pioneros de la revolución digital: hombres que no preguntaron qué deseaba el público, sino que crearon con integridad, visión y conocimiento.

Esa fuerza interior, la libertad de crear por convicción y no por cálculo, constituye el fundamento moral de toda economía viva. No la que busca aprobación o rentabilidad inmediata, sino la que surge del orgullo de producir, del riesgo de equivocarse y de la belleza de levantar algo desde la nada.

Howard Roark no es un mero personaje de ficción: es la metáfora de un principio eterno. Que la obra, sea un edificio, una empresa o una idea, valga por su integridad, no por su aplauso.

Y mientras existan hombres así, habrá esperanza de que la economía siga siendo, antes que nada, una forma de arte.

Aday Moreno Pérez
Aday Moreno Pérez
Estudiante de Administración y Dirección de Empresas (ADE), comprometido con la libertad económica y el pensamiento austriaco.

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