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España se ha convertido en un país donde la política parece un reality barato, con cámaras, gritos y espectáculos dignos de la televisión más vulgar. Pedro Sánchez, presidente sonriente y maestro del titular, ha decidido que gobernar consiste en acumular gestos visibles, pero vacíos de sustancia. Cambiar la hora, anunciar medidas contra Israel, exhibir los “buenos datos” de la economía… Todo funciona como un escaparate brillante que intenta tapar la realidad más cruda: sueldos bajos, precios disparados y ciudadanos que malviven mientras aplauden la pantomima.
El cambio de hora se anuncia como muestra de gestión activa. Y es cierto: todos ajustamos relojes, agendas y cuerpos, mientras Sánchez aparece en televisión, impecable, proclamando que España avanza. Pero, como siempre, los titulares tienen poco que ver con la vida real: subidas de salarios que se evaporan frente a la escalada de precios, y un ciudadano medio que deja de ser clase media para convertirse en pobre, y un pobre en miserable.
Las medidas simbólicas contra Israel se anuncian con solemnidad, en perfecta sincronía con la cobertura mediática. Y mientras tanto, la población observa sin entender del todo, pero aplaude porque “algo se hace”. Porque lo importante no es la efectividad, sino la percepción. La política internacional se convierte así en un espectáculo, y España un escenario donde todo se mide en fotos y titulares.
Y luego están los datos económicos, presentados como trofeos. Exportaciones récord, crecimiento del PIB, turismo en cifras prepandemia… Todo muy brillante en los informes oficiales. Pero basta mirar un barrio cualquiera, un supermercado, una nevera vacía, o escuchar a un trabajador al final de su jornada, para darse cuenta de que los números macroeconómicos no llenan estómagos ni alivian sueldos ridículos.
Desde los acontecimientos de Cataluña en 2017 y el referéndum ilegal de autodeterminación, el Parlamento se ha convertido en un teatro donde la política de verdad brilla por su ausencia. Diálogos sobre bienestar, mejoras en sanidad, industria o empleo se han desvanecido, reemplazados por zascas, críticas cruzadas y un “tú más” que da la sensación de que los representantes no gobiernan, sino actúan en un programa de entretenimiento barato.
Gobernar sin presupuestos, bajo el yugo de pequeños partidos. Un gobierno dispuesto a vender su alma —más bien la de los ciudadanos— por un puñado de votos, es la regla. Se ha perdido la cordura, la razón y, sobre todo, el respeto: entre ellos y hacia el pueblo español. Se gobierna para la cámara, para la portada, para la foto, mientras quienes realmente sufren se convierten en extras invisibles de un circo que presume de progreso y justicia, sin preocuparse por lo que ocurre más allá de las luces y los focos.
En definitiva, Pedro Sánchez practica la política de titulares: cambios de hora, medidas simbólicas, datos económicos brillantes. Todo pensado para que parezca que se hace algo, mientras España, la verdadera España, sigue lidiando con precios disparados, salarios insuficientes, viviendas inalcanzables y un Parlamento que ha olvidado su obligación principal: gobernar para la gente y no para la cámara.
Bienvenido al circo de Moncloa. Traigan palomitas.





