Estábamos fondeados en el yate de un amigo de Pepe Oneto, frente a Miami, con un calor sofocante. Me quise dar un baño. El capitán me advirtió: “No se aleje del barco, es zona de tiburones y según la Guardia Costera se han visto varios estos días”. Yo tenía cuarenta años, o así, edad que te da un plus que no es de valentía sino de insensatez. Hoy no me hubiera tirado al agua ni de coña. Un miembro de la tripulación no me quitaba ojo desde la borda, con un chaleco salvavidas en la mano y una cuerda muy larga atada a la barandilla de cubierta y al propio salvavidas. De pronto volví la cabeza y vi la aleta lejana, pero una aleta muy grande. El marinero también la vio y me lanzó el salvavidas, justo a mi lado. Lo agarré y él tiró fuertemente de la cuerda. No me pregunten cómo, pero salté al barco como si fuera Tarzán. El capitán me aclaró que normalmente no atacan, pero hizo hincapié en lo de “normalmente”. El marinero era un filipino muy simpático, que se llevó 50 dólares de propina. Desde entonces no me meto en el mar. Me baño en piscinas, que aunque la gente mee en ellas –porque todo el mundo mea en las piscinas— son más seguras que bañarse uno en el mar. Lo que me asombró fue la rapidez con que regresé al barco y me situé a salvo del escualo. El capitán, entre risas, insistió en que a veces atacan, “pero sólo cuando tienen hambre”. Recuerdo que a bordo estaba con nosotros un cubano flaco, Oswaldo, diabético de libro, que había participado en la invasión de Bahía de Cochinos, en aquella caótica operación perpetrada por la CIA para derrocar a Fidel, en los tiempos de Kennedy. Era muy amigo de Mas Canosa, el líder de los opositores cubanos en Miami, en cuya casa yo probé el primer teléfono portátil por satélite, de esos que aparecen en las películas. Una pasada, en aquel tiempo. En fin, que me vino a la memoria el suceso del tiburón, frente a las costas de Miami, en un mar caliente, calmo totalmente, parecía un lago. Por eso pude divisar claramente aquella aleta, que se dirigía hacia donde yo nadaba tranquilamente, vigilado, eso sí, por el marinero filipino. Dios, de la que escapé.
sábado, 19 julio,2025