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Donald Trump no ha hecho una crítica ligera: ha lanzado una advertencia directa a España que no admite interpretaciones suaves. En el marco de la reciente Cumbre de la OTAN, el expresidente estadounidense ha llegado a afirmar que “quizás España debería ser expulsada de la Alianza” si no cumple con el compromiso colectivo de elevar su gasto en defensa al 5 % del PIB.
Este órdago no es un ataque al azar, sino una respuesta frontal a la postura del presidente español Pedro Sánchez. En La Haya, Sánchez dejó claro que España no se sumará al objetivo del 5 %, y propuso en cambio un porcentaje mucho más modesto (2,1 %) que, a juicio del Gobierno, resultaría suficiente para cubrir sus compromisos militares. Esa discrepancia ha sido interpretada por la Casa Blanca como una insumisión inaceptable dentro de la lógica del bloque atlántico.
Trump, escoltado por el finlandés Alexander Stubb, no se anduvo con rodeos: “No tienen excusa de no hacer esto… Francamente, debería ser expulsada de la OTAN”, espetó. Más aún, añadió que no es justo que los contribuyentes estadounidenses carguen con un peso mayor que los europeos para sostener la defensa colectiva.
La tensión diplomática crece también por otras vertientes: la cercanía comercial de España con China y sus acuerdos con Huawei han generado recelos desde Washington, que los ve como fisuras de seguridad. A esto se suma la negativa del Ejecutivo español a adquirir los cazas F‑35 estadounidenses, decisión que pone a la Armada española en una encrucijada logística evidente: deberá conseguir repuestos para sus vetustos Harrier fuera del mercado formal.
Las palabras de Trump no solo son un aviso, sino un pulso directo: Madrid se ve señalada no como un aliado colaborativo, sino como un “problema” dentro de la OTAN. En el tablero diplomático, España entra en terreno pantanoso, entre exigencias externas y límites internos. Y el aviso es claro: o se adecúa al canon marcado desde Washington o arriesga ser aislada del club defendido como piedra angular de la seguridad occidental.