Para aquellos que ven en esta sentencia un triunfalismo eterno hay que poner los pies en el suelo. En el Olimpo jurídico del Supremo, donde algunos creen que hablan los dioses y no los magistrados, dos togadas han decidido ejercer de Hermes y dejar una grieta por donde García Ortiz puede escapar —al menos provisionalmente— de su condena. No es que lo absuelvan, ni que el Derecho haya cambiado de repente; simplemente han recordado que incluso en los templos solemnes cabe la duda razonable. Y vaya si cabe. Hay dos votos particulares.
La mayoría lo condena por revelar datos reservados; multa, inhabilitación y a otra cosa. Pero los votos particulares abren la puerta al viejo arte del “todavía no”: el incidente de nulidad, el recurso de amparo y la consiguiente petición de suspensión provisional.
Que dos votos permitan mantener vivo al jefe de los fiscales dice más de nuestro sistema que mil discursos institucionales. En Roma lo llamaban interregnum: ese tiempo extraño en que nadie manda pero todos actúan como si mandaran. Aquí lo hemos actualizado a “ya veremos”.
Mientras el Constitucional decidirá o el Gobierno que lo nombró, lo puede salvar con un indulto.
En los pasillos se habla del sustituto, el ex Juez Garzón. Ya se verá.
Y la pregunta es inevitable: ¿quién vigila al vigilante?





