En los años 50 y 60 del sigo XX el proceso migratorio de Taucho hacia Venezuela fue como un conjunto de canciones a ritmo no solo de fe sino también de desolación. Los acordes de las canciones eran sencillos y con una gran carga emotiva. Una o varias voces solían cantar sobre las vicisitudes de la vida tanto en Taucho como en Venezuela: desde los amores hasta los desamores, pasando por las necesidades vitales. Y todos sabían que en una buena canción siempre se repetía la melodía. Lo que variaba realmente era la letra y la forma de contarlo. La única condición era que la canción no fuera una matraquilla y que el cantante tuviera algo de jeito.
En Taucho y en Venezuela había algo que siempre estaba en constante cambio. Probablemente, ocurría en todas partes. Nadie sabía que era exactamente ese devenir o cambio, pero todos intentaban abrazarlo, abarcarlo, comprenderlo, interpretarlo e incluso reinterpretarlo. El sentido de la vida antes, y por supuesto también ahora, solía ser muy veloz y escurridizo. Qué seria esa sensación de desosiego: una pregunta con respuesta, una pregunta sin respuesta o una respuesta sin pregunta.
Los cartas cumplían una función social. Las cartas constituían un formidable puente entre Canarias y América. Las redes sociales no eran necesarias. Las cartas no necesitaban una clave de acceso sino un poco de paciencia para que llegaran a su destino. El papel de las cartas y la tinta que se usaba para escribir perduraban en el tiempo. Las palabras recogidas en las cartas siempre relataban las cosas importantes y sobre todo las ganas de regresar. Una de las palabras que más se repetía en una carta, con remitente desde Venezuela y con dirección a Taucho, era la siguiente: el agradecimiento. Y viceversa. El agradecimiento y el respeto por las personas estaban alojados a ambas orillas del atlántico. Para los taucheros dar las gracias era un anhelo recíproco y una meta vital, además de una muestra de afecto y buena educación.
En Taucho, antes de que muchos taucheros emigraran a Venezuela, la leche había que ir a buscarla en Aponte. El agua se almacenaba en uno de los estanques que había en Taucho. También, se podía obtener el agua en La Capellanía y en El Lomo del Caballo. El agua se llevaba en los cacharros que se colocaban encima de las cabezas de cada persona y así llegaba el agua a la mayoría de las casas. Sin agua no había vida. El pan se elaboraba de forma muy puntual con ocasión de las fiestas ya que era un lujo. El trigo que se tostaba en Taucho había que llevarlo a Adeje a una máquina para finalmente sacar el gofio. Incluso algún aguacate exótico yacía en el suelo de Taucho, fruto de las relaciones migratorias con Cuba.
Taucho y Venezuela estaban conectados por Vilaflor, a través de las maletas que llegaban desde Venezuela. Las maletas no viajaban directamente a Taucho desde Venezuela, sino que hacían una penúltima parada en Vilaflor. Desde que llegaba el aviso o corría la voz, el agraciado destinatario partía con su mula desde Taucho yendo por el Barranco de la Quinta en busca de la maleta. En las maletas solía encontrarse café, leche en polvo, galletas y ropa. Y, desde luego, alguna sorpresa también podía aparecer en una de esas maletas, que casi tenían vida propia. En aquella época llovía mucho. En muchas ocasiones no podía ni transitarse por los barrancos que formaban parte de la orografía. Los caminos tropezaban con los imponentes barrancos.
Taucho se encuentra en el municipio de Adeje, en el sur de la isla de Tenerife, Canarias, España. Las fiestas de Taucho giran en torno al último domingo del mes de junio en honor a la Virgen de Coromoto. Queda muy poquito para disfrutar de ellas. No te las pierdas. Y es que las fiestas de Taucho son una fiestas de fe y confianza. Taucho siempre será un lugar entrañable y agradecido
Excelente escrito, muy bien narrado!!