El sumo es una disciplina que parecen existir fuera del tiempo. Dos luchadores entran en liza en un pequeño ring coronado por un techo sintoísta en suspensión: el dohyô. Se entrecruzan siglos de rituales, códigos de honor, estética ceremonial y una fisicidad que exige potencia bruta y disciplina monástica. Un combate de sumo se resuelve en segundos, pero su preparación lleva una vida entera de sacrificio y dedicación.
Este año, el Reino Unido acogió el mayor evento de sumo profesional jamás celebrados en Europa desde 1991: el Grand Sumo Tournament. Y es que solo dos veces en la historia se ha celebrado un torneo profesional oficial (Honbasho en japonés) fuera de Japón. Para sorpresa de propios y ajenos, fue un rotundo éxito de público y audiencia. El Royal Albert Hall agotó sus entradas llegando a completar aforo, y los rikishi, o luchadores profesionales de sumo, hicieron vibrar a la afición. Y no es para menos. De origen mongol, Hôshôryû, se enfrentó al japonés Ônosato Daiki, un luchador cuya presencia ha estabilizado la transición generacional tras años de dominio mongol.
Y aquí es donde la reflexión se acerca a nuestro país. En España, y muy especialmente en Canarias, no nos resulta ajena la lógica del combate cuerpo a cuerpo. La lucha canaria, con su énfasis en el agarre inicial, el equilibrio, el control del centro de gravedad y la gestión del peso del adversario, comparte ciertos paralelismos técnicos con el sumo, aunque sus principios y normas sean propios y distintivos.
La internacionalización del sumo nos coloca ante la oportunidad de ser uno de los líderes de este intercambio. La respuesta que hemos visto por parte del gran público en Reino Unido muestra que existe espacio para acercar esta disciplina a Occidente, y Canarias puede ser un lugar idóneo para ello. Como veíamos en otro artículo, la lucha coreana y la lucha canaria ya se han visto las caras en más de una ocasión, y el sumo es el siguiente invitado natural en este diálogo entre culturas.
Es el momento de imaginar exhibiciones mixtas, encuentros divulgativos, intercambios técnicos o incluso talleres culturales que acerquen a luchadores, afición y gran público. El sumo, con sus rituales y particularidades, es indefectiblemente japonés. Pero su lenguaje, ese choque inicial que estremece el estadio, ese instante de equilibrio imposible, ese silencio previo al impacto, ya está hablando al mundo. Y Canarias, si quiere, puede escucharlo de cerca.





