En un nuevo gesto de afinidad entre dos de los regímenes más cuestionados del mundo, Vladimir Putin y Nicolás Maduro han certificado su asociación estratégica a través de una videollamada. Mientras el Kremlin sigue enfrentando sanciones y aislamiento internacional por su invasión a Ucrania, el chavismo encuentra en Rusia un salvavidas diplomático y económico que le permite mantenerse a flote a pesar de su crisis interna.
Putin anunció que el tratado de cooperación entre ambos países “ha sido plenamente acordado” y sólo espera su firma, consolidando así una relación que se ha fortalecido desde la era de Hugo Chávez. Como símbolo de esta cercanía, el líder ruso invitó a Maduro a las celebraciones del Día de la Victoria en Moscú, mientras el venezolano se comprometió a extender las conmemoraciones en su país, en un esfuerzo por reforzar su retórica antifascista.
La conversación entre ambos mandatarios no es un hecho aislado. Ocurre en un contexto en el que Maduro intenta equilibrar sus relaciones con Rusia y Estados Unidos, tras haber aceptado retomar la deportación de migrantes venezolanos hacia el país norteamericano. Esta maniobra parece una concesión a la administración de Joe Biden, pero al mismo tiempo, la alianza con Moscú sigue sirviendo como contrapeso ante la influencia estadounidense en la región.
Más allá de las declaraciones grandilocuentes sobre la construcción de un «orden mundial más justo», la realidad es que esta asociación ha sido clave para que el régimen venezolano evada sanciones y acceda a apoyo militar. Rusia ha proporcionado aviones, buques de guerra y asesoramiento estratégico al chavismo, en una relación que va más allá de lo simbólico. Incluso en el conflicto territorial entre Venezuela y Guyana por el Esequibo, el Kremlin ha desplegado tácticas de desinformación similares a las utilizadas contra Ucrania.
Mientras Maduro insiste en que esta alianza demuestra que “otro mundo es possible”, la pregunta sigue en el aire: ¿beneficia realmente a los venezolanos o sólo refuerza el poder de un gobierno autoritario? En un país con una crisis humanitaria persistente, el refuerzo de lazos con un aliado internacionalmente cuestionado parece más un intento de supervivencia política que una estrategia en favor de su pueblo.