El líder de EH Bildu, Arnaldo Otegi, y el expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, protagonizaron un encuentro de alto simbolismo político en la localidad belga de Waterloo, donde Puigdemont reside desde su salida de España en 2017. La reunión, celebrada en la conocida como «Casa de la República», tuvo como eje central el análisis del «papel de Europa» en el futuro de los movimientos independentistas vasco y catalán, así como la exploración de posibles vías de colaboración para enfrentar los desafíos que ambos líderes consideran comunes en el actual contexto político.
Fuentes próximas a los asistentes indicaron que la discusión giró en torno a la influencia que la Unión Europea podría tener en el desarrollo de sus proyectos soberanistas, especialmente en un momento en el que las instituciones comunitarias enfrentan debates sobre el reconocimiento de identidades nacionales y el derecho a la autodeterminación. Otegi y Puigdemont habrían coincidido en la necesidad de visibilizar sus demandas en el ámbito europeo, buscando aliados entre los actores políticos del continente que respalden sus aspiraciones frente a lo que describen como «la cerrazón del Estado español».
El encuentro también sirvió para que ambos líderes compartieran sus perspectivas sobre los obstáculos que enfrentan sus respectivos movimientos. En el caso de Cataluña, Puigdemont reiteró su apuesta por mantener viva la causa independentista pese a las tensiones internas y la presión judicial desde España. Por su parte, Otegi destacó la importancia de consolidar una base social amplia en el País Vasco que permita avanzar hacia un modelo de soberanía, sin descartar la posibilidad de replicar estrategias que hayan funcionado en otros contextos.
En España, la reunión no ha pasado desapercibida y ha desatado un torrente de reacciones. Desde el Gobierno central, se ha optado por minimizar el impacto del encuentro, calificándolo como «un gesto simbólico sin trascendencia práctica». Sin embargo, partidos de la oposición, especialmente los de corte más conservador, han acusado a ambos líderes de «conspirar contra la unidad nacional» y han exigido una respuesta contundente por parte de las autoridades. En el espectro independentista, en cambio, la cita ha sido recibida con entusiasmo, viéndose como un paso hacia una mayor coordinación entre dos de las principales fuerzas soberanistas del Estado.
Aunque no se han hecho públicos acuerdos concretos ni una hoja de ruta detallada, el diálogo entre Otegi y Puigdemont pone de manifiesto una voluntad de tejer puentes entre el independentismo vasco y catalán, en un momento en el que ambos buscan revitalizar sus proyectos tras años de avances y retrocesos. Analistas políticos señalan que esta reunión podría ser el preludio de una estrategia más ambiciosa para internacionalizar sus causas, utilizando el marco europeo como altavoz y herramienta de presión.
El contexto del encuentro añade un matiz adicional: Puigdemont, que abandonó España tras la declaración unilateral de independencia de Cataluña y enfrenta aún procesos judiciales pendientes, ha convertido Waterloo en un epicentro simbólico de la resistencia catalana. Otegi, por su parte, ha logrado posicionar a EH Bildu como una fuerza política ascendente en el País Vasco, consolidando su liderazgo tras décadas de vinculación con la izquierda abertzale. Juntos, representan dos caras de un desafío que el Estado español sigue sin resolver plenamente.
La reunión concluyó sin declaraciones oficiales conjuntas, pero ambos líderes dejaron entrever que este no será un episodio aislado. En un escenario político cada vez más polarizado, el diálogo en Waterloo podría marcar un punto de inflexión en la relación entre los movimientos independentistas y su proyección en el tablero europeo, mientras España observa con atención los próximos pasos de esta incipiente alianza.
