Estimado lector, tal y como adelantaba la pasada semana en mi columna, durante algunos artículos aprovecharé para escribir sobre aspectos esenciales de lo que se refiere a fumar un puro, con la finalidad de que pueda profundizar en sus conocimientos o adquirir otros nuevos, según el caso.
En esta ocasión hablaré del solemne protocolo al encender un cigarro puro, que algunos siguen al pie de la letra como si fuese una liturgia y que otros ponen en práctica sin tanta fanfarria. Lo cierto es que sobre el encendido de un cigarro hay que partir de una premisa de mínimos que en cualquier caso debemos cumplir para evitar una fumada ruinosa o poco placentera. Así que tome asiento, coja papel y lápiz porque empezaremos, como no puede ser de otra forma, por el principio.
Tras haber elegido el cigarro que lo acompañará, debe tener a mano un cortador, guillotina o punch que le permita cortar la parte superior del puro también llamado sombrero. El corte del mismo deberá ser por regla general de apenas unos milímetros y siempre por encima de las líneas que conforman la perilla del puro para evitar que se pueda ir soltando la capa. Lo habitual siempre es un corte recto pero como en todo, el gusto del consumidor determina lo que más le plazca, pudiendo presentar un corte recto, inclinado o en v; cortando más o menos la punta cuando nos encontramos, por ejemplo, con formato pirámide o similar. En este paso podemos atender a dos realidades posibles, a saber: encender y luego realizar el corte o bien realizar el corte antes de prender el cigarro puro; insisto en la soberanía de la decisión que cada uno o una tenga está la gracia.
Posteriormente, otro elemento fundamental para disfrutar de nuestra adquisición, y siempre a nuestro alcance, debe ser la lumbre en forma de mechero, torch, cerrillas o láminas de cedro, con las que comenzaremos a fumar. Permítame el consejo de revisar siempre antes de salir de nuestra morada si tenemos gas suficiente en nuestro soplete porque a quién no le ha pasado que piensa es la hora, es el momento, es el día y ves que tras varios intentos fallidos aquello no hay Dios ni manera, frustrando así sus expectativas teniendo seguramente que tirar mano del consabido cliché: me da usted fuego, por favor.
Y es que el encendido es una de las partes esenciales en la experiencia, debe ser pausado y con tino para evitar el desastre en la medida de lo posible. Debemos colocar siempre el puro en ángulo de cuarenta y cinco grados respecto a la llama y guardando una cierta distancia, sobre todo si usamos mecheros torch que poseen una gran potencia. Acto seguido y sin mover la mano que sustenta la llama, iremos girando el puro regularmente para propiciar el encendido homogéneo del pie, apartando el mismo del fuego y haciendo pequeños y rápidos giros circulares con la mano que lo sostiene para propiciar el correcto aireado que facilitará que la combustión de nuestro cigarro sea perfecta, y evitaremos sobremanera quemar en exceso la capa de nuestro cigarro puro. En mi opinión, lo mejor es encender del centro hacia afuera, y la llama no debe permanecer fija en un sitio sino repartirse regularmente por toda la superficie del pie, para conseguir con ello la misma temperatura y quemado de las hojas, ya que estamos encendiendo no sólo la tripa sino también el capote y la capa. Finalmente, es aconsejable inhalar una bocanada y exhalarla sobre el pie del puro, para terminar con el encendido, aunque hay fumadores que terminan el encendido con el puro en los labios y unas caladas con la llama próxima.
Mi encendido preferido, pues resulta más práctico y directo, es el torch porque focalizas la llama sobre el punto exacto que quieres; aunque cuando me pongo más papista que el papa, la lámina de cedro con cerilla o fósforo largo es un clásico nada desdeñable.