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martes, 30 septiembre,2025

Mahmud Abás, el líder de la Autoridad Palestina, se dirigió este jueves al pleno de la Asamblea General de Naciones Unidas

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Mahmud Abás volvió a levantar la voz en Naciones Unidas. Viejo conocido de ese atril, el líder de la Autoridad Palestina eligió esta vez las palabras más duras posibles: habló de “genocidio”, de “crímenes de guerra” y de un “capítulo trágico” que, dijo, quedará inscrito en la memoria del siglo XXI. Lo hizo con el peso de casi ocho décadas de un conflicto que parece cada día más inabordable, en un mundo donde las grandes potencias ya no esconden su fatiga ni su cinismo ante la causa palestina.

Su discurso, sin embargo, no fue solo lamento. También tendió una mano. Como ya insinuó en la cumbre impulsada por Francia y Arabia Saudí, Abás propuso un camino hacia la paz que pasaría por un Estado palestino sin Hamás en su Gobierno y con las armas de la organización islamista entregadas. Una propuesta que, en otra época, habría encendido focos de esperanza. Hoy apenas arranca un murmullo cansado en las cancillerías.

El contraste no podía ser más evidente. Mientras Abás hablaba de reconstrucción y de elecciones bajo supervisión internacional, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, insistía en su proyecto de un “Gran Israel”, más expansivo, más impermeable a la idea de la coexistencia. Y Donald Trump, desde Washington, se encargaba de dinamitar cualquier expectativa: no concedió visados a Abás ni a su delegación y cerró la puerta con un desprecio calculado, tachando el reconocimiento de Palestina como Estado de “recompensa para Hamás”. El líder palestino tuvo que hablar por videoconferencia, casi como un símbolo cruel de su propio aislamiento.

En el fondo, lo que se escuchó en Nueva York fue menos un discurso que un grito de resistencia: “Palestina nos pertenece, Jerusalén es nuestra capital eterna. No vamos a irnos de nuestra tierra. Resurgiremos debajo de los escombros para reconstruir”. Frases que resuenan, sí, pero que también evidencian la fragilidad de quien las pronuncia.

Porque la tragedia palestina ya no se mide solo en muertos y escombros. Se mide también en la pérdida de interlocutores, en el hartazgo internacional, en la indiferencia creciente de un mundo saturado de guerras. Y ahí está Abás, a sus 88 años, clamando desde un atril cada vez más solitario, intentando sostener la esperanza de un pueblo que, incluso bajo los cascotes, se resiste a desaparecer.

Redacción
Redacción
Equipo de Redacción de elburgado.com

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