“Por lo bien que va todo y en agradecimiento a ustedes, los venezolanos, decreto que la Navidad este año comenzará en octubre”. Se confirma la manía de los dictadores de Venezuela de alterar lo que debería ser inalterable. Ya Chávez estableció en cierta ocasión que la diferencia de horario de Venezuela con otros países sería de las horas habituales “y media”, en un disparate que sus sucesores no pudieron mantener.
Maduro, poco tiempo después de firmar la detención de Edmundo González Urrutia “por terrorismo” (bonita manera de quitarse de encima a los rivales políticos que le ganan en las elecciones), anunció que como todo iba tan bien en el país, la Navidad comenzaría en octubre. Y anunció que el Gobierno repartiría jamones desde esa fecha a los ciudadanos necesitados, sin evitar la generosidad gubernamental consistente en distribuir chanchos en las comunidades rurales. Lo que no sabemos es de dónde van a sacar tanto cochino. Será de entre los miembros del Gobierno.
El sátrapa asesino, el amigo de Zapatero y de Monedero, que no ha podido, con toda su fuerza policial, detener a María Corina Machado ni a Edmundo González Urrutia –lo querían apresar cuando acudiera al Tribunal Supremo, que le había enviado una cita/trampa, en la que no picó— decretó el comienzo de la Navidad “por lo bien que va la economía venezolana y para que los ciudadanos sigan viviendo en paz, seguridad y felicidad”.
Hablar de “paz, seguridad y felicidad” en Venezuela es no tener vergüenza porque el país no conoce ninguno de los tres estados de bienestar desde el comienzo del mandato de Chávez, que expropiaba a los ciudadanos a través del programa “Aló, presidente”. Y que dejó a un heredero que comete toda clase de tropelías contra quienes se oponen a sus deleznables métodos de gobierno y contra quienes le ganan limpiamente en las urnas.
En realidad, en Venezuela se comienza a correr la voz de que Maduro no está en sus cabales, que sufre un trastorno bipolar y que es un sicópata de libro. No es el único, a otros los tenemos más cerca.
