⏱ 4 min de lectura
El régimen talibán ha plantado cara a las amenazas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien exige la devolución inmediata de la base aérea de Bagram. «Si Afganistán no devuelve la Base Aérea de Bagram a quienes la construyeron, los Estados Unidos de América, ¡¡¡COSAS MALAS VAN A PASAR!!!», proclamó Trump en su red social Truth Social, elevando el tono de una disputa que parece resucitar los fantasmas de la retirada caótica de 2021. Horas después, desde Kabul, el máximo mando militar talibán replicaba con frialdad: cualquier intento de recuperar el enclave es «imposible», y el Emirato Islámico está preparado para «luchar otros veinte años» si es necesario.
La base de Bagram, ese coloso de hormigón y acero erigido en las estepas afganas, ha sido testigo de imperios que vinieron y se fueron. Construida en la década de 1950 con ayuda soviética, ampliada durante la Guerra Fría y convertida en un bastión durante la invasión moscovita de los ochenta, Bagram pasó a manos estadounidenses tras los atentados del 11-S de 2001. Durante dos décadas, se transformó en una «pequeña América» en medio del Hindu Kush: con sus 40.000 habitantes entre soldados y contratistas, supermercados, Burger Kings y hasta una prisión donde, según Amnistía Internacional, se cometieron abusos sistemáticos contra detenidos en la «guerra contra el terror».
Pero el sueño americano se desmoronó en julio de 2021. Bajo el mandato de Joe Biden –y como culminación del Acuerdo de Doha negociado por Trump en 2020 con los insurgentes–, las tropas de la OTAN abandonaron Bagram en una operación nocturna tan discreta que los talibanes ni se enteraron hasta el amanecer. Días después, el colapso del Ejército afgano allanó el camino para el regreso triunfal de los guerrilleros al poder. Desde entonces, la base, situada a apenas 60 kilómetros al noroeste de Kabul, sirve como centro logístico para el Ministerio de Defensa talibán, donde se realizan ejercicios con armamento estadounidense capturado.
Donald Trump, en una rueda de prensa conjunta con el primer ministro británico Keir Starmer durante su visita al Reino Unido, comunicó: «Estamos tratando de recuperarla porque necesitan cosas de nosotros». Al ser preguntado sobre un posible envío de tropas, Trump contestó: «No hablaremos de eso, pero ahora estamos conversando con Afganistán, y la queremos de vuelta, la queremos de vuelta pronto, de inmediato. Y si no lo hacen, ya verán lo que voy a hacer». Fuentes de la administración estadounidense filtran que las «negociaciones» ya están en marcha, aunque no se precisa si se trata de un farol electoral o de una estrategia para contrarrestar la creciente influencia china en Kabul –Bagram, después de todo, está a tiro de piedra de la frontera con Xinjiang–.
La réplica talibán no se hizo esperar. Fasihuddin Fitrat, jefe de Estado Mayor del Ministerio de Defensa afgano, intervino en la televisión estatal de Kabul para dejar claro el mensaje: «Recientemente, algunas personas han dicho que han entrado en negociaciones con Afganistán para recuperar la base aérea de Bagram. Un acuerdo sobre siquiera una pulgada del suelo de Afganistán no es posible». Fitrat advirtió que cualquier agresión recibiría «la respuesta más contundente», recordando que Afganistán es «plenamente independiente» y no depende de «ninguna potencia extranjera». El portavoz Zabihullah Mujahid, voz oficial del Emirato Islámico, invocó el Acuerdo de Doha para exigir «realismo y racionalidad» a Washington: Estados Unidos se comprometió a no interferir en los asuntos internos afganos ni a amenazar su soberanía.
Analistas ven en esta ofensiva de Trump un intento de proyectar fuerza ante Pekín, cuya Ruta de la Seda se adentra cada vez más en Afganistán con minas de litio y proyectos de infraestructuras. Pero también podría ser un guiño doméstico: recuperar Bagram como trofeo para borrar el estigma de la retirada de Biden, que Trump califica de «la mayor humillación en la historia de Estados Unidos».