Mientras el Gobierno celebra récords de empleo y presume de cifras macroeconómicas en alza, una tormenta geopolítica amenaza con aguar el relato triunfalista. La ofensiva arancelaria impulsada por Donald Trump coloca a España —y a buena parte de Europa— en una posición incómoda. Aunque el Ejecutivo de Pedro Sánchez intenta minimizar el impacto, lo cierto es que las primeras alertas desde sectores clave ya están sonando.
Los datos son claros: solo un 5% de las exportaciones españolas van a EE. UU., lo que equivale al 1,3% del PIB. Pero detrás de estas cifras frías se esconden industrias concretas que sí podrían recibir el golpe de lleno. Aceites, bienes de equipo, semimanufacturas o vino español están en la diana, y sus representantes no ocultan la preocupación: 400 millones en exportaciones vinícolas en riesgo, más de 60.000 empleos del sector siderúrgico pendientes de un hilo.
En lugar de esperar una respuesta europea coordinada, La Moncloa se ha adelantado con un plan económico de emergencia que parece más una operación de maquillaje que una solución estructural. El paquete, valorado en 14.100 millones, recupera viejas fórmulas de la pandemia —como los ERTE, ahora rebautizados como “mecanismo RED”— y tira de instrumentos financieros reciclados. La campaña institucional que acompaña las medidas, con el eslogan “Compra lo tuyo, defiende lo nuestro”, deja claro que el mensaje busca calar más en lo emocional que en lo técnico.
La paradoja es evidente: el Gobierno utiliza una crisis internacional para reforzar su perfil político, mientras trata de sortear las implicaciones económicas. Sánchez se presenta como defensor del libre comercio frente al “proteccionismo decimonónico” de Trump, Meloni o Milei, pero al mismo tiempo no duda en aplicar recetas defensivas para contener el daño. En el relato gubernamental, todo encaja: cualquier adversidad es una oportunidad para reivindicar su modelo frente a una supuesta «internacional ultraderechista», incluso si la economía real muestra grietas.
Este movimiento también tiene una clara lectura interna: blindar el discurso económico ante las críticas del Partido Popular y, por extensión, aislar a Vox. El Ejecutivo ya ha anunciado que no se reunirá con esta formación para discutir el plan anticrisis, apelando a la necesidad de trazar un «cordón sanitario». En paralelo, el ministro de Economía se reunirá con otros grupos para buscar un consenso que se antoja más simbólico que operativo.
Lo más irónico de todo es que esta coyuntura permite a Sánchez reforzar su protagonismo en la escena internacional justo cuando la socialdemocracia europea atraviesa su particular travesía del desierto. La guerra comercial, que por ahora solo dibuja sus primeras consecuencias, se convierte así en un útil catalizador político para quien sabe capitalizar la adversidad… al menos mientras las cifras aguanten.
Pero la gran incógnita sigue en el aire: ¿será suficiente el relato para tapar los efectos reales del conflicto arancelario? ¿O terminará el sol económico del Gobierno eclipsado por una tormenta con acento americano?