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La primera vez que yo viajé a Lanzarote fue hace sesenta años. Me alojé en el nuevecito hotel Fariones. El hotel acababa de abrirse hacía un par de años (creo que fue en 1966), fue el primer establecimiento dedicado al turismo que se construyó en la isla. Entonces se podían meter los coches en las playas, hasta el mismo lugar en donde rompía la ola. Y yo metí en mío en Playa del Carmen, pero con la mala suerte de que una rueda trasera se metió en un hoyo y no había manera de sacar un coche con tracción delantera. Así que me quedé como un bobo, con los dos amigos con los que había viajado, sin fuerzas para desatascar el coche, en medio de la nada, porque en Playa del Carmen no había ni una casa, ni un apartamento, ni un alma. Hasta que, ya de noche, apareció por allí un señor con su burro, un señor que vivía por los alrededores, que se ofreció a ayudarnos. El burro, una cuerda atada a la defensa, nosotros tres empujando con todas nuestras fuerzas, un leve tironcito del jumento y, casi sin esfuerzo, la rueda salió del hoyo y nosotros del aprieto. El hombre no quiso, por nada del mundo, cobrarnos un duro por la ayuda, hasta que uno de nosotros logró meterle en el bolsillo de la camisa unos billetes, la verdad no recuerdo cuánto le dimos. Él siguió su camino y nosotros el nuestro. Nos alojábamos en Los Fariones, hoy en día uno de los hoteles más bellos de la isla de Lanzarote, aunque para mí el hotel estrella es el que diseñaron Fernando Higueras y César Manrique, el Salinas. Qué bien funcionaba cuando lo dirigía Cándido Figueroa, compañero mío de colegio, gran director, que lo fue también del Botánico y del Garoé. Las villas del hotel, diseñadas por un yerno de Escarrer, eran una maravilla. Otra vez me alojé en la suite que ocupaba el rey Hussein de Jordania, antes de que Pedro Sánchez le arrebatara La Mareta. Me perdía dentro de ella. Después fui muchas veces allí. Un profesional excepcional Cándido, hoy felizmente jubilado, tras toda una vida dedicada a la hostelería. En sesenta años la isla es otra, naturalmente. Hoy no hubiera podido acceder en coche a la playa sino que lo habría dejado, como toto el mundo, aparcado en la vía que linda con el litoral en Playa del Carmen.

Recuerdo que años más tarde compró allí un apartamento, en el que falleció, mi querido amigo Agustín Acosta, compañero de profesión, propietario que fue de Radio Lanzarote y del periódico La Voz de Lanzarote. Precisamente, su viuda, Teresa, acaba de fallecer en estos días, en el Hospital Insular de aquella isla. La última vez que cené con los dos juntos fue precisamente en el Meliá Salinas, en una de mis estancias. Agustín, además de un gran periodista radiofónico, era temido en la isla por su influencia. Llegó a ser, en tiempos de la oprobiosa, presidente del Cabildo Insular, en un periodo de interinidad. Me entregó, en uno de mis viajes, el Jameo de Oro que me concedió por decreto. En esos tiempos lo conocí yo. Dos de sus hijos son periodistas y el otro, un afamado abogado en la isla. Agustín era suplente en el programa “El Perenquén”, de Canal 7, que realizaba Paco Padrón y protagonizábamos Juan-Manuel García Ramos, Antonio Cubillo, Ángel Isidro Guimerá, Justo Fernández y yo. Y Agustín. Han fallecido Ángel Isidro, Cubillo, Justo y Agustín. Joder, cómo pasa el tiempo. Y cuántas bajas de amigos en esta puta vida. Formábamos un equipo estupendo y el programa llegó a tener una influencia brutal. Incluso sufrí la agresión de una rica heredera por una información –mal interpretada por ella—, ofrecida en El Perenquén, y mostré en antena la camisa ensangrentada que llevaba puesta. Gané el juicio, me pagaron una indemnización de 300.000 pesetas y me compré un Rolex. Bueno, son historias que yo creo que alguna vez he contado. Declaró a mi favor en el juicio Juan-Manuel y Angelito Guimerá se escaqueó y se fue de viaje, porque era amigo de los dos, del agredido, que era yo, y de la agresora. Aquello me parece que fue un juicio de faltas y recuerdo que Juan-Manuel dijo que “el señor Chaves sangraba copiosamente”, lo cual fue cuestionado por Marcos Tavío, paz descanse, que era el abogado de la acusada, mientras que el mío fue el inolvidable Edmundo González Hernández, paz descanse también, uno de los mejores penalistas que he conocido. Los camareros del restaurante donde tuvo lugar la agresión declararon también a mi favor y gané el juicio. Joder, la tía me clavó las uñas en la espalda y me agredió de una forma alevosa, con saña. En fin, cosas que pasan, aunque en honor a la verdad no te tenido muchas de esas. Esto más bien es para las Memorias, no para Pipol, pero como hoy no había mucha cosa para Pipol quise recordar estos episodios del pasado. Y eso.