La mentira en la política es un fenómeno complejo y omnipresente en la interacción humana, que tiene profundas implicaciones para la confianza pública y el funcionamiento democrático. Desde la perspectiva de la psicología, es crucial comprender los mecanismos, las motivaciones y las consecuencias de las mentiras políticas para abordar sus efectos en la sociedad.
Lo primero es entender qué es la mentira y qué tipos de mentiras existen. La mentira se define como una declaración deliberadamente falsa con la intención de engañar. Existen mentiras por omisión, que dejan fuera información relevante; por comisión, que proporcionan información errónea; piadosas, consideradas socialmente aceptables de cara a evitar herir los sentimientos; y mentiras patológicas, que tienen un carácter compulsivo, sin la persecución de un beneficio claro.
Centrándonos en el ámbito de la política, los políticos/as pueden mentir por diversas razones, que se enmarcan desde la perspectiva de la psicología dentro de tres teorías principales: la de la gestión de la impresión, que señala que los/as políticos/a buscan presentarse de manera favorable ante el público para ganar votos y apoyo, lo que puede llevar a la exageración de logros, la minimización de fracasos y, en casos extremos, a mentiras directas; la teoría del poder, que postula que la búsqueda y el mantenimiento del éste puede motivar a quienes se dedican a la política a manipular la verdad, lo que supone que las mentiras pueden ser utilizadas como herramientas para influir en la opinión pública, desacreditar a oponentes y consolidar el poder; y, por último, la teoría de la expectativa de roles, que afirma que los políticos/as pueden sentir la presión de cumplir con las expectativas de su electorado o de sus partidos, lo que puede llevarles a distorsionar la verdad para alinearse con las creencias y deseos de sus seguidores.
Evidentemente, todo este proceso conlleva consecuencias, como son la desconfianza pública, que erosiona la confianza de la sociedad en las instituciones y sus líderes, lo que conduce al cinismo político y una menor participación ciudadana en los procesos democráticos; la polarización social, exacerbándola y, consecuentemente, dividiendo a la sociedad en grupos que creen narrativas opuestas y generando hostilidad y pérdida de capacidad de diálogo; y, por último, esa exposición constante a la mentira y la desinformación puede llegar a generar estrés, ansiedad y sentimientos de impotencia en la población, por lo tanto, afectando negativamente a la salud mental colectiva.
Es difícil saber si quienes se dedican a la política son o no conscientes de estas consecuencias. Si no lo son, resultan culpables por obviar su deber de conocer el impacto de lo que llevan a cabo; y si lo son, por la comisión de un delito contra la democracia, el de quebrantar la confianza en sus instituciones y quienes las representan.