Que una panda de magos, como son los parlamentarios canarios, con Gustavo Matos a la cabeza, cuya única virtud es ser madridista, hayan celebrado hace años una Mesa de la cámara en La Graciosa y que el Senado y el propio Parlamento de Canarias hayan modificado y refrendado, respectivamente, el Estatuto de Autonomía para decir, más o menos, que las Canarias son ocho es romper con la historia y con la lógica.

Lo digo a propósito del villancico de los hermanos Ríos y de Benito Cabrera. Este último hasta ha modificado espuriamente su letra para decir que somos ocho (islas) cuando las Canarias son siete islas con ayuntamientos y cabildos y La Graciosa no deja de ser un islote con cuatro casas y demasiados veraneantes. Que depende municipalmente e insularmente de Lanzarote.
Las Islas Canarias son siete: Tenerife, La Palma, La Gomera, El Hierro, Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote y los islotes son seis: Alegranza, La Graciosa, Montaña Clara, Roque del Este, Roque del Oeste e Isla de Lobos. Y si los canariones quieren tener cuatro islas, como Santa Cruz de Tenerife (provincia) pues que se anexionen San Borondón.

Porque, entonces, la provincia tinerfeña podría apropiarse de la llamada Isla de Lobos, donde nació la madre de Vázquez Figueroa, vivió de niño José Antonio Rial, gran periodista y novelista y Medalla de Oro de Canarias, y vio la luz la enorme escritora Josefina Pla. Mucho más relevancia tiene, pues, que La Graciosa, donde sólo eran propietarios de unas casas playeras Lorenzo Olarte y María Dolores Pelayo, el primero presidente que fue de La Cosa y la segunda diputada al Congreso, cuando la bendita Transición. Personas, por cierto, bastante respetables. ¿Qué quieren, cagar ecológicamente La Graciosa pasándola de islote a isla?

Las Palmas, en su afán expansionista, pretende más de todo. Quería tener cuatro islas en su jurisdicción administrativa, dos obispos en su jurisdicción eclesiástica, una universidad en su jurisdicción académica. Todo lo ha conseguido y, aún a riesgo de hacer revivir el pleito, se han salido con la suya. Llevan la rivalidad a límites ridículos y así viven pendientes de copiarse el Carnaval, la fiesta de los Indianos y hasta los parques temáticos. Todo lo copian porque imaginación tienen poca. Lo que sí tienen es capacidad de trabajo y una economía mucho más boyante que la tinerfeña. Porque allí, sobre todo en la Gran Canaria, hay empresarios; aquí –salvo poquitísimas excepciones— sólo campean por las empresas fanfarrones y vividores que no ponen un duro nunca. Y que están más tiesos que una mojama.
Fue el PP de Gran Canaria (tenía que ser) quien propuso al Senado la condición de isla para La Graciosa en el nuevo Estatuto (artículo 4). Y el Senado consideró que La Graciosa era “isla pedanía” (no de pedo, sino de pie), una entidad local menor con presupuesto propio y personalidad jurídica, aunque dependiendo administrativamente de Lanzarote. Y los toletes de aquí lo dieron por bueno.
Yo mismo soy una víctima de la fanfarronería estéril de los empresarios tinerfeños. Me he pasado meses recabando cuatro perras para este periódico, que defiende los intereses sobre todo de las islas occidentales, y todo el mundo se hace el loco. Y sé que tiene grandes posibilidades, pero nada. Cada vez que llamo a alguien, se esconde, se hace el longui. ¿Cómo van a tener, pues, fundamento para oponerse a que La Graciosa sea declarada isla cuando es un islote, como lo son el resto de los que he citado? Y esto no es falta de respeto ni a Margarona ni a los cuatro gatos que viven allí, en La Graciosa, sino una realidad. Porque el Parlamento de Canarias refrendó después la merienda de negros del Senado.
Luego el villancico de los hermanos Ríos y de Benito Cabrera debe conservar su letra antigua, tal y como lo incluimos en esta edición, en la sección de videos. Y de somos ocho, nada, somos siete, siempre hemos sido siete. La octava isla siempre ha sido y será Venezuela. Así se llamó el periódico Deportes 7 Islas, de grato recuerdo; así se llama Canarias 7, el mejor rotativo de Gran Canaria; así decía el villancico original; así hay miles de empresas con ese nombre, que desoyen la estúpida decisión de un Parlamento de magos, en el que la mayoría de sus miembros no sabe hacer la “o” con un canuto. Salvo las excepciones de rigor; y a ver quién me niega eso.
¿O es que ustedes no han visto cómo se visten sus señorías? ¿Ustedes no han visto su oratoria, que parece propia de la Real Academia de Benijos? ¿Ustedes no han visto que no saben coger el tenedor y el cuchillo cuando van a un restaurante y que comen con la boca abierta? ¿Ustedes no han reparado en esos cuellos abultados, de tanto comer carne de cochino? Magos peludos, que eructan en los banquetes de Fitur.
Yo no duro mucho, pero quería dejarlo claro antes de dar el toletazo. Esos cuellos de las camisas pegados al cogote y levantados por las puntas, esas chaquetas estrechas –tipo Luis Yeray, alcalde de La Laguna–, esos mofletes parecidos a los de Fofó y esas decisiones estrafalarias como declarar isla lo que es un islote no son de recibo. Vamos, cantemos, somos siete sobre el mismo mar. Y a tomar por saco.