¿Iría Puchi al talego?

Pues parece que sí. Si Puigdemont se atreviera a venir a España, una vez publicada en el BOE la ignominiosa Ley de Amnistía ad hoc encargada por su amigo Sánchez-Castejón, Puchi sería mandado al talego por el juez Llarena; o al menos detenido, por un presunto delito de malversación, para ser interrogado. También podría ocurrir que los recursos contra la norma dilataran su entrada en vigor, con lo que es mejor que Puchi se quede en Francia, donde parece que reside ahora, antes de arriesgarse a que lo manden a una prisión española, tras declarar ante el citado magistrado del Supremo. O sea, que el panorama judicial para los amnistiados no parece del todo claro, porque antes tendrían que cumplirse determinados trámites que harían lenta y engorrosa la aplicación de la extraña ley aprobada por Sánchez-Castejón y sus afines de todos los colores. Ha perdido fuelle la ley, una vez aprobada en el Congreso, y en La Moncloa están más apurados con Begoña Gómez y sus tráficos que con la actualidad catalana, más depauperada que el F.C. Barcelona. Puchi, más perdido que el barco del arroz, aguarda noticias de sus juristas, pero la Guardia Civil también está lista para echarle el guante, cumpliendo funciones de policía judicial. Esto de Cataluña es cíclico. A cada poco se les va el seso y se ponen a pedir la independencia, siempre con los mismos argumentos: Cataluña es una nación y España nos roba. Los indepes son personas muy difíciles de lidiar y andan siempre con la matraca catalana, que es como una perreta de niño chico. Saben que no lo van a conseguir y siguen y siguen, con ese dialecto antipático que tienen y creyendo que saben más que nadie. A mí los catalanes –con excepciones, claro, porque uno tiene amigos de allí—me repatean la barriga. Y cuando se ponen a hablar de política, mucho más. De momento, Puchi, estate quieto por si acaso. El consejo es gratis.