El día en que –dicen— que Ábalos llevó una furgona llena de putas al Parador de Teruel, cuentan que estaba allí todo el mundo alojado, aunque sin enterarse de nada, desde la ministra de la Alegría al pureta Lambán, que se añade ahora a la lista de huéspedes. Pero, oiga, quede claro que nadie participó en la fiesta. Sólo Ábalos y sus amigos. Y ni eso. Además, Paradores –que entonces regentaba y ahora regenta el Gobierno del PSOE—niega que allí se rompiera ni un solo cenicero, ni que volaran las plumas de una sola funda de almohada, ni que se salpicara de un chingazo una cortina y niega también que alguien se hubiese colgado de una lámpara para realizar el consabido salto del tigre. Y es que aquello parecía un colegio de monjas. Teruel es una caja de sorpresas, su Parador Nacional se asemejaba aquella noche a un centro de formación de las ursulinas, a un convento de paz, a un remanso de sosiego. O sea, que ni la ministra se enteró, ni el entonces presidente de Aragón supo tampoco de nada raro, ni los escoltas, ni una voz más alta que la otra, ni un taco, ni un grito, ni un ¡ay! de satisfacción y de gozo, ni un jadeo, nada de nada. La habitación de Ábalos quedó impoluta tras la orgía –supuesta y desmentida por él mismo— y entraban y salían las señoritas de Zaragoza sin hacer ruido, porque no estaban, sólo sus espíritus. Y tanto Lambán como la Alegría de la Huerta durmieron plácidamente en sus respectivas habitaciones sin que escucharan, ni en parte ni en todo, el no/aquelarre de su amigo Ábalos, que podría ser beatificado un día de estos. Aquí, en Canarias tenemos otro follandero en La Gomera, pero vamos a dejarlo en la reserva. Si viviera el pobre Rubén el Mono, paz descanse, y fuera interrogado al respecto por un juez, diría lo que dijo entonces, tras declarar como testigo en aquel jolgorio lagunero, mucho más inocente que lo de Teruel, porque era cosa de estudiantes que se dieron a la destrucción de un par de unidades del mobiliario urbano: “Señoría, yo vi un murmullo”. Ha sido la única vez en la historia judicial española que un murmullo se pudo ver, como si se tratara de un cometa, y no escuchar. Todo el mundo durmió plácidamente en Teruel aquella noche, claro de luna, sin atisbo alguno de escandalera, jolgorio exagerado o rifi-rafe sonoro que valgan. Una delicia. No se escuchó ni el motor de la furgona que trajo –supuestamente– a las chicas del amor, porque era eléctrico, que hay un cupo. O sea, que –dice Paradores—allí no ocurrió nada que hiciera ruido y que no existe, por consiguiente, parte de incidencias del conserje de noche de guardia, ni mención que hacer de tan selecta concurrencia. Luego todo es mentira, no pasó nada y ni siquiera estaba allí Ábalos, sino un pariente lejano del ministro, muy parecido a él, que era fontanero de Ferraz y que llamaron de urgencia para arreglar una cañería a la que se le salía el agua por el carburador. Entonces, ¿yo qué tengo que decir? Todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida, hermano. Estamos en España. Bueno, sí, Teruel es España, un poco más allá no tanto.
martes, 29 abril,2025