Ahora está de moda –vuelve a estarlo— la vieja cafetería El Águila, uno de los nombres tradicionales del ocio de Santa Cruz. Un tanto apagada últimamente, ha vuelto por sus fueros. Pero me dicen que la policía se presentó el otro día allí, a las nueve de la noche, con perros y todo, a investigar no sé qué tontería, por una denuncia. Así que seguramente es que El Águila le molesta al rey de la noche; otro día les digo quién es, y que éste denuncia para que los agentes vayan allí a molestar al personal. En fin, que metieron a la gente dentro del local y dejaron la calle libre, pero no es lo mismo porque hace calor. En invierno es otra cosa, aunque tampoco, porque en Santa Cruz no hace demasiado frío ni siquiera en los meses invernales. El “tardeo”, pues, se concentra en El Águila y allí se da cita eso que se llama el “todo Santa Cruz”. Yo me quedé en cuando el “tardeo” estaba en el hotel Mencey, en la noche de los tiempos, con piano incluido y Francesco Delli Paoli y Alito Piñeiro sentados entre la barra y la terraza.
Eso se acabó, por lo que veo, y el toque de distinción que le daba a aquello Jorge Renshaw y algún que otro visitante ha pasado a mejor vida. Que tiempos los del Mencey, cuyos nuevos explotadores no han podido o querido acercarse a la sociedad tinerfeña, será que no les interesa. Hasta la figura encorvada y adusta de Luis Alemany desapareció de la barra. Muchos creyeron que Luis era parte del mobiliario, una prolongación de la barra. Bueno, voy a la sociología, o a la filosofía, no lo tengo claro: la pirámide de Maslow. Me lo reveló la doctora Carmen Rubio, la quise estudiar a fondo y me dio un dolor de tolmo que me duró todo el día. Para despejarme fui al Centro Comercial La Villa a comprarme un teclado porque el viejo lo tenía hecho polvo y para pulsar la “o” tenía que aporrearlo tanto que le hice un agujero.
Cogí el coche, fui a La Villa y me vine sin el teclado, porque me distraje comprándome camisetas, comida para Mini y un libro de Manuel Gutiérrez Aragón, de memorias, que promete. Bien escrito sí está. Pero me olvidé del puto teclado. Mientras escribo, la vecina me cuenta su vida sin querer: se la está relatando, paso a paso, a su hija, por la ventana (la hija en la calle). Es bueno eso de vivir en calle con caja de resonancia. Pregunto y no me responden, ¿para cuándo Playa Jardín? Parece que todavía no existe fecha para abrir la playa, habrá que esperar un poco porque la obra de reparación del emisario de la mierda no es fácil, ni la localización de las fugas, tampoco. Están trabajando en ello, diría Aznar, pero se trata de una tarea muy complicada. El teclado es buenísimo y sólo me gasté 14 euros, aunque no le pega ni con cola al ordenador, que es blanco y el teclado negro, como mi propia suerte. Y esta es mi vida, todavía sin resolver el litigio con Vodafone y con los sudamericanos que gestionan las cosas de sus clientes, con bastante poca idea de lo que hacen. Y así sucesivamente. Menos mal que todavía no me han cortado el teléfono, pero es cuestión de tiempo. Tengo otra tarjeta de Movistar. No te puedes fiar de nadie.