El santo y pesado rosario

Hombre, respetando las creencias de cada cual, que para mí son sagradas, el rezo del rosario ante la sede del PSOE en Madrid me parece una soberana gilipollez. Porque quien quiere darle a la cuenta puede hacerlo en la guagua, en su casa o en el cine, pero ir a la sede del PSOE, un partido aconfesional, a molestar, pues la verdad me parece cosa bastante gilipollas. Lo que pasa es que en este país en el que un dictador gordito tuvo bajo la cama durante cincuenta años el brazo incorrupto de Santa Teresa puede pasar cualquier cosa, en materia de superchería. Yo, qué quieren que les diga, prefiero dormir con una botella de Buchanan de 18 años bajo la cama, por si me da un telele nocturno, como hacía el inolvidable alcalde portuense Isidoro Luz, aunque en su caso con Johnnie Walker. Y era médico. No sé por qué el tribunal madrileño ha permitido ese rezo, que molesta a los vecinos y a los sociatas, al alimón, porque los santiguadores son muy pesados y, además, el rosario es un coñazo, repite que te repite los misterios y los avemarías. En fin, ya digo que no me meto con las creencias de cada cual, pero sí con el lugar donde se expanden con mala leche los sentimientos religiosos. Rezar está bien –yo no rezo–, pero está mal molestar a los demás con el murmullo. Ahora que se ha muerto Rubén el Mono conviene recordar aquella vez que se originó tremenda trifulca en La Laguna, con rotura de mobiliario urbano incluida, y Rubén fue llamado a declarar como testigo. Cuando su señoría le preguntó por lo que él había visto, el Mono respondió: “Señoría, yo vi un murmullo”. Como si el murmullo pudiera divisarse en lontananza. Yo insisto en que la provocación no es buena y ese rosario incómodo me parece una especie de escrache religioso y camuflado, mal utilizado cuando se organiza para molestar al prójimo. Si Jesucristo fuera certeza, o siquiera contemporáneo, los echaría a cogotazos, como echó a los mercaderes del templo, según cuentan las crónicas de la época. Y así sucesivamente.