Desde el astrónomo Piazzi-Smith al padre de Oscar Wilde, pasando por Konrad Adenauer, Margaret Thatcher, Helmut Schmidt, Agatha Christie, Winston Churchill y Los Beatles han estado en la ciudad, entre otros muchos.
No me olvido del príncipe de Siam, que visitó el Puerto de la Cruz a bordo de un buque de guerra del káiser Guillermo, el Victoria Luisa, en el que realizaba las prácticas como guardiamarina quien luego sería rey de Thailandia. Este es sólo uno de los grandes personajes que llegó a esta ciudad cosmopolita del norte de Tenerife. Excelente dibujante, el entonces cadete pintó un cuaderno muy interesante de su visita al Puerto, con dragos y casas solariegas, que el entonces cónsul de Thailandia, Wolfgang Kiessling, depositó en un museo de Tenerife. Esa copia se la hizo llegar a Kiessling, propietario del Loro Parque, su amiga la princesa de Thailandia, pariente del viajero y hermana del luego rey Bhumibol.
Esta ciudad ha sido destino de personajes muy interesantes, como tres de los Beatles –John Lennon no vino–, que se tostaron bajo el sol portuense y pusieron la ciudad en el mapa musical de los sesenta. Si nos remontamos al siglo XIX, el padre de Oscar Wilde, el cirujano otorrino y oftalmólogo William Wilde (1815-1876), ayudó a los médicos locales a controlar una epidemia de cólera que azotó gravemente la isla de Tenerife. Fue oculista de la Reina Victoria y se hospedó en el Sitio Litre, la mansión/museo que hoy puede ser visitada, propiedad de John Lukas.
Hace semanas, almorzando con una persona que no recuerdo en este momento, me aseguró que él había visto a Margaret Thatcher, ex premier del Reino Unido, en la Librería Británica del Puerto de la Cruz. Me lo decía sin acudir a testimonios de terceros. Él mismo la vio. También estuvo en el Puerto de la Cruz Sir Anthony Eden, primer ministro británico durante la crisis de Suez, que vino a la ciudad turística a curarse de la malaria y se alojó en el hotelito del Loro Parque que hoy es residencia de Wolfgang Kiessling. Y no olvidemos, como huésped del mismo hotel, al presidente de Gambia, Sir Dawda Jawara, uno de cuyos hijos nació en el Puerto de la Cruz, en la clínica Bellevue de la familia Cobiella.
El astrónomo de la Reina Victoria, Piazzi-Smith, se alojó en el Sitio Litre, en el siglo XIX. Calculó la altura del Teide con varas de medir y lo clavó; se equivocó en muy pocos metros. Observó las estrellas y los planetas desde Las Cañadas y escribió sobre el espacio, visto desde Tenerife, sobre el mar de nubes.
Olivia Stone, la escritora de viajes británica, periodista, esposa del gran fotógrafo John Harris Stone, estuvo en Tenerife con su marido y escribió una obra preciosa, Tenerife y sus Seis Satélites. Fue traducida y editada por el Cabildo de Gran Canaria. Dio una clase magistral de las islas en esa obra, describiendo toda la belleza y la pobreza del archipiélago. Olivia Stone y su esposo estuvieron en el Puerto de la Cruz en 1885 y se alojaron en el hotel Turumbull, situado en la esquina de las actuales calles de Blanco y Doctor Ingram.
En el Puerto han estado los actuales reyes de Suecia, Carlos Gustavo y Silvia; la ex reina Margarita de Dinamarca; los actuales reyes eméritos de España en varias ocasiones –incluso en su luna de miel, siendo príncipes–, alojados casi siempre en el hotel Botánico
No olvido, en los 50, a Dulce María Loynaz, luego premio Cervantes, que siendo una joven poetisa recién casada con el cronista social del Diario de La Marina, el tinerfeño Pablo Álvarez de Cañas, viajó varias veces al Puerto, una ciudad que le inspiró Un verano en Tenerife, su único libro en prosa. Dulce María le regaló un bonito manto a la Virgen de la Peña de Francia, que preside la iglesia de su nombre, parroquia matriz portuense.
En un momento tenso con su esposo, del que luego se divorciaría, vino al Puerto de la Cruz Agatha Christie, que se alojó en el hotel Taoro y que se inspiró en la mansión de los Cologan, en La Paz, para escribir El enigmático Mr. Quin. Y en el Puerto realizó sus famosas experiencias con primates, estudiando sus comportamientos, el científico alemán Wolfgang Köhler, en la Casa Amarilla, hoy casi totalmente derruida, al tiempo que espiaba para su país en la Primera Guerra Mundial.
Los cancilleres alemanes Konrad Adenauer y Helmut Schmidt pasaron largas temporadas en esta ciudad. El segundo venía todos los años y se alojaba en el hotel Tigaiga, propiedad de la familia suiza Talg, con cuyos miembros hizo gran amistad.
En el Puerto han estado los actuales reyes de Suecia, Carlos Gustavo y Silvia; la ex reina Margarita de Dinamarca; los actuales reyes eméritos de España en varias ocasiones –incluso en su luna de miel, siendo príncipes–, alojados casi siempre en el hotel Botánico. Y el premier inglés Sir Winston Churchill, en compañía del naviero Aristóteles Onassis, se tomó un whisky –o más de uno— en el Lido San Telmo, ahora Lago de Martiánez, diseñado por César Manrique, cuya Fundación supervisa hoy en día cada piedra que se toca en este recinto, en cuya Sala Andrómeda actuó Josephine Baker. Digo que son incontables las personalidades que visitaron el viejo pueblecito de pescadores convertido más tarde en atractivo polo de desarrollo turístico.
Aunque John Lennon se quedó en Torremolinos, Paul, Ringo y George estuvieron en el Puerto de la Cruz. Se hospedaron en la casa realejera del doctor Voormann, padre de Klaus Voormann, que fue manager y arreglista del grupo, y quien todavía regresa al Puerto con su familia para disfrutar de su clima, también en el hotel Tigaiga. El coche que utilizaron para sus excursiones, un pequeño convertible Austin Healey, está en poder de la familia Siepper. Lo guardan como un tesoro.
El rey Leopoldo de Bélgica visitó el pueblo, se alojó en el hotel Taoro, donde tomó café en tantas ocasiones el general Franco. El gran escritor César González-Ruano se alojaba en el hotel Miramar, propiedad del alcalde eterno portuense y creador del Puerto de la Cruz turístico moderno, Isidoro Luz Carpenter.
Como ven, gente muy interesante –son muchos más, he puesto sólo algunos ejemplos— ha visitado el Puerto de la Cruz; viajeros famosos. No olvidemos a Humboldt, que se arrodillaba cada vez que le gustaba algo, y se volvió a arrodillar en un apeadero de la vieja carretera de la Cuesta de la Villa a La Orotava, cuando vio el Valle en todo su esplendor. Pero estas son ya otras historias que otro día seguiremos contando.
