Hubo un broche final de la ceremonia de inauguración de los Juegos, bajo el cielo y bajo la lluvia de París. Fue la aparición en la pasarela de Zinedine Zidane y de Rafa Nadal, dos deportistas y dos madridistas, que fueron de los últimos en llevar la antorcha hasta el gran globo que ilumina París. Y hubo un broche final, la actuación de Celine Dion, después de cuatro años sin actuar por culpa de su enfermedad rara.
Nadal llevó la antorcha que recibió de Zidane por el Sena, acompañado de Serena Williams, Carl Lewis y Nadia Comaneci, nada más y nada menos. Luego, atletas franceses la trasladaron hasta el pebetero. Pero la actuación de Celine Dion, 56 años, cantando El himno del amor, de Edith Piaff, fue apoteósica. Acompañada sólo de un pianista, desde lo alto de la Torre Eiffel. Dos millones de dólares cobró por interpretar una canción, pero fue un cierre espectacular a una ceremonia acuática por el Sena y con música tecnopop que a mí no me gustó nada. La parte final, sí. La parte final fue apoteósica.
Todas las ciudades que celebran los Juegos quieren superar a Barcelona, que logró un éxito rotundo para el olimpismo. Será difícil, pero el colofón de anoche estuvo cerca. Fue bonito ver a los dos madridistas, Zidane y Nadal, abrazarse en el pasadizo central de las tribunas de espectadores. Luego Nadal tomó una lancha, acompañado de los atletas ya citados, y trasladó otra vez la antorcha, de la que se hicieron cargo los atletas franceses, menos conocidos mundialmente, entre ellos varias paralímpicos. Uno de ellos había ganado una medalla de oro en 1948.
Encendieron el pebetero y el calor producido izó un globo al cielo de París. Y entonces empezó a cantar Celine Dion, una diosa que sufre del síndrome de la persona rígida, una enfermedad rara de la que parece haberse recuperado. Con un estilo insuperable interpretó a Edith Piaff yasí comienzan oficialmente los XXXIII Juegos de la Edad Moderna. En un atril, los aros y la firma del barón de Coubertain, que nació en París y que nos resucitó los Juegos.
Fue la mejor parte de la jornada, alejada de modernismos alrededor del Sena y en los escenarios de París, que se asemejaban a una gala drag-queen de Las Palmas. A mí no me gusta señalar, pero eso era. Y eso no le gusta a mucha gente, ¿no? A mí tampoco.