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Ayer fue un día grande en La Punta. Dos punteros –he dicho punteros, no le vayan a cambiar ninguna letra— de postín, Juan Inurria y José Carlos Marrero, abogado el primero y cronista social el segundo, fueron los encargados de la pirotecnia, en honor a la Virgen del Carmen. No es que hayan sufragado los fuegos, que ellos dos se gastan menos que un espejo, sino que lanzaron, a troche y moche –otros dicen a trocho y mocho—, docenas de voladores al paso en lancha de la Virgen del Carmen, con Luis Yeray, el alcalde lagunero, como patrón.

Como esta vez no cantó Chago Melián, porque anda cabreado con la comisión de fiestas, parece que lo iba a hacer Luis Yeray, el edil lagunero, que acompañaba a la Virgen muy elegante, en camiseta de carnicero de película de Fellini. Iba el pobre que daba pena, enfundado en una franela de tiritas como la que usaba Brabender en los tiempos gloriosos del Real Madrid de baloncesto, cuando el Madrid le ganaba a todo el mundo (bueno, ahora también gana, pero sólo a veces). El alcalde de La Laguna, que posee un apartamento en La Punta, donde actualmente reside para evitar la calufa lagunera/casco, que se produce a veces, fue el primer feligrés del Carmen, este año, e incluso creo que había ensayado el Ave María de Schubert, pero una inoportuna afonía lo ha dejado sin actuación. Lo hubieran bautizado: Pavarotti. Inurria y Marrero no son tampoco tenores, que se diga, les faltan pulmones, pero sí pirotécnicos, con cursos acelerados en los hermanos Toste de Los Realejos. Y allí estaban, como posesos, lanzando cohetes, alguno de los cuales resultó fallido y a punto estuvo de hacerles un calvo. La fiesta resultó de lo más entretenida y animada y se consumió bastante vino pirriaco en los lugares gastronómicos de la zona.

Pues que se diviertan, que estamos en verano y hace falta entretenimiento, que todo no va a ser hablar del imbécil de quien nos gobierna. Bueno y me voy al Puerto de la Cruz, donde el sábado se celebró en el pabellón Miguel Ángel Díaz Molina un torneo cuadrangular de fútbol, con equipos a cual peores, pero que cada participante debía aportar alimentos para las personas necesitadas. Creo que lo organizaba Cáritas de la iglesia de la Peña de Francia. Una bonita y cómica –por lo malos que eran los participantes— iniciativa, con fines altruistas, de lo cual me alegro mucho. Al final ganó el torneo el equipo del Gran Poder de Dios, los menos malos. Los otros equipos fueron la hermandad de los cargadores de la Virgen del Carmen, el Ayuntamiento del Puerto, y la hermandad de San Telmo.


Los alimentos serán destinados, como creo que dije, a Cáritas de la Peña de Francia. Estuvo entretenido el torneo, cuyo MVP fue mi yerno, Nacho del Barrio, que tiene la tremenda desgracia de ser forofo de los matados del Atlético de Madrid. Ayer andaba por el Puerto con una camiseta con el escudo de su equipo, comprada en los manteros de San Telmo. Hoy tendrá escalofríos y malestar, si no la lavó. Y el domingo, como cierre de las Fiestas de Julio portuenses, se celebró el festival aeronáutico, con la participación de varios F-18, helicópteros, aeromodelismo, paracaidismo, etcétera. Yo no estuve presente pero me dijeron que la exhibición aérea, que cuenta con varios patrocinadores, entre ellos el Ejército del Aire y del Espacio, resultó brillante. Fueron espectaculares, y ruidosas, las pasadas de los F-18, que arrancaron muchos aplausos de los asistentes. Este festival aeronáutico se ha ganado el prestigio de los aficionados a estas exhibiciones. Fue creado por el inolvidable Gilberto Hernández, el popular Gilberto “el Orejas”, paz descanse, una excelente persona al que yo recuerdo mucho, y por Paquito Jordán, paz descanse también, ambos locos de la aviación.

Gilberto protagonizó varias hazañas, una de ellas hacer un vuelo rasante pilotando una avioneta, en el campo del Peñón portuense, porque había apostado con el delantero del C.D. Puerto Cruz, Antonio Soriano, que lo ponía cuerpo a tierra durante un partido. Y a fe que lo consiguió. Gilberto le salvó la vida a una vieja que se cayó desde un cuarto piso de un edificio, sobre el banco en el que él se sentaba todas las noches para charlar con los amigos, junto al muelle. Se le cayó encima la señora, dejó a Gilberto todo descoñetado, pero desde luego le salvó la vida a la vieja, que siguió caminando como si tal cosa, aseguran los testigos. Su hija, una chica simpatiquísima, es una paracaidista excepcional. No creo que siga saltando, porque todo se acaba, pero yo me acuerdo de que se posó, desde el aire, junto a mí, durante uno de estos festivales aéreos, en memoria de su padre, que yo presenté. Gilberto era un crack, una persona afable, con unas anécdotas increíbles. Alguien debería escribir un libro sobre él. A mí me encanta recordarlo en estas crónicas de verano que no sirven para otra cosa que para entretenerlos a ustedes. Cuando la aparición del famoso Bicho del Realejo, en el barranco de Godínez, en el año 70 del siglo pasado, Gilberto Hernández y Pepe Pérez, conocido mecánico eléctrico local, el primero portando una escopeta, se adentraron en la cueva para “matar al Bicho”, que por cierto nunca apareció. En esto que Ávalos, el pintor catalán que siempre pintaba el mismo cuadro del muelle portuense y que los vendía por docenas a los turistas, que andaba por la zona, sufrió un apretón y, con su sombrero, se escarranchó a cagar en la puerta de la cueva. Gilberto iba a disparar cuando un aterrado Ávalos le hizo señas como pudo, agarrándose los pantalones y gritándole: “¡Gilberto, Gilberto, no dispares, soy Ávalos, el pintor, no soy el Bicho, ¿no me reconoces? Ávalos, el pintor. Estoy aquí, cagando, coño”. Casi recibe un tiro en el culo que le hubiera cortado del todo la espantosa riada. Gilberto fue detenido, más bien retenido, por el sargento de la Guardia Civil destacado en la zona, al mando de una pareja de la Benemérita a sus órdenes, para intentar poner orden en aquel caos. Afortunadamente todo quedó en una falta, le fue retirada la escopeta, incautada la munición y no se presentaron cargos contra él, a pesar de que estábamos en la oprobiosa. Pero Gilberto era de sobra conocido por su entusiasmo patriótico y su carácter afable.