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jueves, 16 octubre,2025

Día de las Fuerzas Armadas entre ausencias, distancias y silencios

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El Día de las Fuerzas Armadas celebrado este año en Santa Cruz de Tenerife ha dejado más preguntas que otra cosa. Lejos de las grandes concentraciones de otros años en la península, el evento pareció más una coreografía meticulosamente diseñada para evitar abucheos que una auténtica muestra de respaldo ciudadano. El público, controlado, fue mantenido a distancia durante la llegada de autoridades. Solo cuando los reyes y la ministra de Defensa ya se encontraban en la tribuna se permitió cierta cercanía, eliminando de raíz cualquier posibilidad de protesta directa. Sánchez no apareció, ni Feijóo tampoco.

La ministra Margarita Robles, una de las figuras más cuestionadas del Gobierno por su papel en el creciente gasto militar, optó por un perfil bajo. No solo evitó entrevistas, sino que fue la primera vez en décadas que no se emitió la tradicional conversación previa en RTVE con la titular de Defensa. Una ausencia que no pasó desapercibida, especialmente cuando en paralelo, en Madrid, se manifestaban miles de personas contra el rearme, con el respaldo de los socios de gobierno de su propio partido.

La celebración tampoco estuvo exenta de simbolismo forzado. Se insistió en recordar que hace 39 años que no se celebraba un Difas en Canarias, y que fue precisamente aquí donde Felipe VI desfiló como cadete. Un regreso al pasado más nostálgico que necesario. La justificación estratégica –“Canarias como última frontera de la OTAN y frente vulnerable a la inmigración”– parece más una construcción narrativa que una urgencia real. En cualquier caso, el evento sirvió también para reiterar la conexión entre la agenda militar española y los intereses geopolíticos en África Occidental.

El componente aéreo del desfile, que prometía ser uno de los platos fuertes, se vio deslucido por las condiciones meteorológicas. Diez aeronaves no pudieron despegar y la Patrulla Águila, en su última actuación antes de su retirada, no pudo ofrecer un espectáculo completo. La acrobacia aérea se transformó así en un gesto simbólico, más cerca del adiós que de la celebración.

En tierra, desfilaron más de 3.000 militares con vehículos y motocicletas, manteniendo el rigor castrense habitual. Como siempre, destacaron las unidades más llamativas, como la Legión con su paso acelerado y su mascota –un carnero llamado Camarón– o los Regulares, a ritmo más pausado. Pero, pese al despliegue, lo que reinó fue una sensación de lejanía: entre la ciudadanía a cien metros del palco y entre el relato oficial y la realidad política que lo rodea.

La elección de Tenerife como sede del desfile parecía obedecer más a la necesidad de escapar de un cierto malestar social hacia el militarismo que a un verdadero homenaje a la comunidad canaria. El ruido de los motores se impuso al de las voces críticas, pero no lo silenció del todo. La pregunta, ahora, no es dónde será el próximo desfile, sino cuánto sentido tiene seguir celebrándolos sin una conversación honesta sobre su propósito y su coste.

Heriberto Torres
Heriberto Torreshttps://elburgado.com
Colaborador de El Burgado Periódico Digital

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