No fue un partido de fútbol, fue un combate. Y no uno justo. En una tarde donde el Heliodoro Rodríguez López se convirtió en un volcán de rabia y orgullo, el CD Tenerife empató 1-1 contra un Eibar que aprovechó las circunstancias. Pero más allá del resultado, lo que queda grabado en la memoria es otro atropello arbitral que acerca aún más al conjunto blanquiazul al descenso.
El ambiente desde el principio fue eléctrico. Miles de gargantas se dieron cita en el templo blanquiazul para un partido vital. Pero lo que debía ser una fiesta de apoyo se transformó pronto en un clamor de indignación.
Apenas habían pasado diez minutos cuando el partido saltó por los aires. Yan Bodiger se internó en el área y recibió una brutal patada en plancha. Penalti claro. Penalti de manual. Penalti que vieron todos menos el que tenía el silbato: José Antonio Sánchez Villalobos. Ni el VAR corrigió, ni el colegiado dudó: dejó seguir. Y, para más escarnio, en la jugada siguiente, el Eibar encontró el 0-1 a través de Guruzeta.
El golpe moral fue devastador. Enric Gallego tuvo el empate en sus botas tras un error de la defensa armera, pero su disparo se perdió. Unos minutos después, antes del descanso, otra daga: Luismi Cruz marcaba, pero la acción fue invalidada por un fuera de juego previo de Diarra. Esta vez el linier acertó.
La segunda parte empezó como había terminado la primera: con un Tenerife corriendo más con el corazón que con la cabeza. Cervera introdujo cambios para intentar cambiar la dinámica, pero el problema ya no era táctico: era emocional. Y en el minuto 67 llegó el momento más doloroso. Centro lateral, Enric pelea pero no toca el balón, Maikel Mesa recoge el rebote y marca. Gol. Pero no: Sánchez Villalobos decidió anular el tanto por una supuesta falta de Maikel, un forcejeo mínimo que en cualquier otro campo jamás sería pitado. El VAR, otra vez, en silencio sepulcral.
A pesar de todo, el Tenerife siguió peleando. Y en el 83′, por pura fe, por puro corazón, Landázuri rompió por banda y asistió a Enric Gallego, que esta vez sí, no perdonó. El 1-1 desató la locura contenida en la grada, el orgullo de una afición que se niega a rendirse.
Los últimos minutos fueron un querer y no poder. Empujados por la rabia, el Tenerife buscó el milagro de la victoria, pero el daño emocional y deportivo ya era demasiado grande. El empate final dejó un sabor amargo, una mezcla de dolor y resignación.
Álvaro Cervera, tras el partido, fue muy claro en cuanto a la actuación de los árbitros: “Sé la presión que tienen, pero no puede haber dos criterios diferentes en la misma jugada, en dos partidos diferentes”. Añadía que “hay cosas que quedan en el aire, y en ese aire nosotros estamos saliendo perjudicados”, y comentaba que los jugadores se encuentran “indignados”.
El CD Tenerife se queda ahora a un suspiro del descenso matemático. Parece que ni el mayor de los milagros permitiría que el club blanquiazul se quede en la categoría. Y duele.