Tenerife amanecía hoy con una tristeza que cala hondo. Uno de esos días que ningún tinerfeñista quiere vivir. El CD Tenerife ha descendido a Primera RFEF. Es oficial. Es real. Es cruel. Y por más que lo sabíamos, por más que lo veíamos venir en las últimas jornadas, escucharlo, leerlo, decirlo… duele. Mucho. Porque el Tenerife no es solo un equipo.
Si cierro los ojos veo a mi abuelo sentado en el sofá. En su rincón favorito. Televisión puesta y radio en mano. “Por aquí me entero antes de los goles”, decía. Él ya no está, pero su radio sí. Y su amor por el club, también. A través de mí, de su nieta. Porque de esto va el Tenerife. Hay algo que no se ha ido y que nunca se irá: el orgullo de ser blanquiazul.
Es difícil explicar con palabras todo lo que significa este club para quienes lo llevamos dentro desde pequeños. Y sí, esta temporada ha sido un desastre. No se pueden maquillar los errores. La planificación deportiva fue errática. Se tomaron decisiones equivocadas en los despachos y en el banquillo. Hubo partidos en los que la actitud fue cuestionable, otros en los que la mala suerte se cebó sin piedad. Y decisiones arbitrales que contribuyeron a la situación en la que se encuentra hoy el equipo.
Pero no estamos aquí para lanzar piedras. Estamos para reconstruir. Porque si algo distingue al tinerfeñismo es que sabe levantarse cuando todo parece perdido. Lo hemos hecho antes. Lo haremos otra vez.
Bajamos, pero no nos rendimos. Porque un descenso no borra todo lo que somos. No borra los años de lucha, los ascensos, los goles inolvidables, las noches mágicas en el Heliodoro. No borra la emoción de un niño que estrena su primera camiseta blanquiazul ni la voz ronca de los que nunca fallan. No borra a los que viajaron miles de kilómetros para ver al equipo, ni a los que ya no están y dejaron este amor como herencia.
Ahora nos enfrentamos a una etapa complicada. Primera RFEF no es un lugar fácil. Es una categoría dura, exigente, ingrata muchas veces. Pero también es una oportunidad. Una oportunidad para resetear, para confiar de nuevo en la cantera, para mirar a la afición de frente y construir un proyecto que no se sostenga sólo en nombres o presupuestos, sino en valores. Toca revisar todo. Desde la directiva hasta la base. Toca preguntarnos qué queremos ser como club. ¿Un equipo que aspira a sobrevivir, o uno que lucha por volver a ser importante?
Así que hoy, mientras nos limpiamos las lágrimas, solo puedo decir una cosa: gracias. Gracias al escudo por seguir siendo nuestro refugio. Gracias a la afición que nunca dejó de creer. Gracias a los que se parten el alma cada día por este club, desde fuera y dentro del campo. Decía Waldo Rubio que “este escudo y afición merecían otro final”. Edgar Badía afirmaba que “el fútbol no ha sido justo”. Gracias, equipo, porque sabemos que, al igual que nosotros, están con el alma rota.
Dolidos, sí. Hundidos, jamás. Porque caer es parte de la vida. Nos veremos pronto, fútbol profesional. Y cuando regresemos, lo haremos con más fuerza que nunca.
Porque el Tenerife puede descender pero, nuestro amor y nuestro orgullo, nunca.