Lo ha denunciado, por fin, en España el ex presidente español, Felipe González. Nicolás Maduro ha contratado a un grupo chino para falsificar las actas electorales, meterse en el sistema y manipular las máquinas. Pero en Venezuela es vox populi este rumor desde hace días. El régimen chavista necesita tiempo para cometer una nueva tropelía electoral.
Ayer, martes, fue otra jornada trágica en Venezuela, tras la paliza propinada a un joven manifestante por las fuerzas policiales. Parece que el joven ha fallecido, aunque no se tiene confirmación de este hecho. Según fuentes de la oposición, son más de treinta los muertos registrados en las protestas, aunque las cifras exactas no las tendremos jamás. Los chavistas intentarán minimizarlas.
Las Fuerzas Armadas reiteran su apoyo a Maduro y han reprobado que la oposición inste al Ejército a respetar el resultado de las urnas, calificando este hecho de “incitación a la rebelión”. La impresión generalizada es que Maduro ya no tiene ninguna autoridad moral sobre el pueblo y que no podrá resistir la tremenda presión internacional.
A estas alturas nadie cree que por muchas actas que presente y por mucha manipulación que haga del sistema, el mundo le vaya a dar por ganador. Maduro es un tramposo, un dictador sin moral como otros que han existido en América Latina.
El ex presidente español, Felipe González, ha confirmado la trama china de Maduro y ha dicho que el dictador no ha presentado las actas falsas “porque su falsificación necesita tiempo” y que esto es lo que quiere ganar el chavista.
Hay mucha tensión no sólo en la calle sino en el mundo empresarial. Es cierto que Venezuela es un país cuya economía va a su bola, que enriquece a unos cuantos y que el pueblo cobra un euro al día de salario medio. Todo esto es cierto y que la inflación ha subido tras las elecciones, pero esto no parece importarle nada al chavismo, porque los chavistas viven con el bolsillo lleno en una economía dolarizada y sin esperanzas.
Maduro, cada vez más pegado a los militares, apenas sale de Fuerte Tiuna y cada vez menos gente acude a sus convocatorias. El chavismo popular, el chavismo de la calle, se ha terminado, aunque todavía queda el chavismo del poder, el chavismo de la dictadura. Pero la historia no se escribe tan deprisa, ni siquiera en Venezuela, un país que todavía tiene que decir su última palabra en este doloroso episodio de una trampa tras otra. Y, lamentablemente, todavía va a caer mucha gente, jóvenes hartos de no tener trabajo, ni sus familias nada que comer. Esto parece que Maduro no lo ve porque es muy torpe.
La oposición reitera su petición de una transición pacífica, pero seguramente el dictador no estaría cómodo con ella en el país. Y tendría que salir. Y aunque Maduro tiene las espaldas económicas bien cubiertas, no le gusta nada la humillación consiguiente.
