El anuncio llegó con esa cortesía que Japón administra incluso cuando aprieta los dientes. Con Sanae Takaichi al mando, la voz oficial de Tokio ha dejado de sonar a tatami y se ha vuelto un poco más metal, como esas baquetas que la Primera Ministra agarró con fuerza en su juventud.
Estas recientes tensiones tienen su origen en el pasado 7 de noviembre, durante una sesión en la Dieta. La primera ministra Takaichi declaró que, si en un escenario alrededor de Taiwán se empleaban buques de guerra y fuerza militar, la situación podría convertirse en una que amenazara la propia supervivencia de Japón.
Estas últimas semanas hemos sido testigos del cambio en el estilo comunicativo del Gobierno de Japón. Las frases pesan más. Las cautelas se diluyen. Ese país que siempre bordeaba la ambigüedad ha empezado a pisarla y a romperla. Hemos pasado de la suave melodía de una flauta al estruendo de una batería.
Después llegó la respuesta en forma de advertencias y palancas de presión. El cónsul general chino en Osaka, Xue Jian, publicó en redes una amenaza explícita: “No nos queda más remedio que cortar ese cuello sucio que se ha lanzado contra nosotros sin dudar. ¿Están preparados?”. Tokio calificó la declaración de extremadamente inapropiada y llegó a plantear declarar persona non grata al diplomático. Paralelamente, Pekín suspendió las importaciones de productos del mar japoneses, emitió alertas de viaje y aumentó la actividad de la guardia costera en aguas en disputa.
En Taipei el gesto se interpreta de otro modo. El respaldo japonés ha sido siempre una mano extendida envuelta en seda. Ahora la seda se deshilacha y se ve el hueso duro de debajo. Japón está imbuido de un ánimo protagónico en la zona. Los analistas, acostumbrados a medir los grados de la retórica, registran una subida clara en la temperatura.
Nada de esto asegura un conflicto. Pero sí marca un umbral psicológico: Japón ha dejado de comportarse como el mayordomo prudente del equilibrio regional y empieza a hablar como un actor que, de pronto, ensaya un papel que nadie quiere representar.
Estamos asistiendo a un cambio en los apetitos del país. Un cambio que la región observa con ese silencio tenso que solo rompen las advertencias destinadas a dejar claras las líneas rojas y a marcar el territorio. Confiemos en que estos nuevos apetitos puedan encontrar vías pacíficas y conciliadoras.





